Para celebrar la salida de su primer libro, Faramalla (Kindberg), novela que recibió una mención honrosa en el concurso Roberto Bolaño, nos permitimos este exceso de nuestra redactora y ex alumna del Laboratorio de Escritura Territorial.
Yo, yo, yo. Es que por fin me han encargado escribir sobre algo de lo que me guste hablar. A lo Jorge González, a continuación, me haré las preguntas que a ningún entrevistador se le ocurrirían. Y está bien, cúlpenme de ser una inventada, como bien me han enseñado Las Indetectables, si nadie te invita al escenario, hay que construirlo. Así que sentadita en mi podio, hecho con estas mismas manos, vamos a conversar y aprovecharé de palabreármelos un poquito.
Se estarán preguntando por qué hago esta aparición cibernética tan hilarante… Es que se viene el lanzamiento de mi primer libro, Faramalla, de la mano con la editorial Kindberg. Hito con el que soñé desde muy pequeña pero lo aplastó un hombre heterosexual de treinta años que dijo que era algo tan imposible como construir un edificio. ¡Ay, odio tanto a los hombres heterosexuales que no pagan! Aunque eso ya no importa, porque logré construir mi edificio, perra.
‒Lo primero es lo primero…
‒Voy a partir contándoles un poco de qué va el libro. Por supuesto que de putas y de las diferentes aristas del trabajo sexual, sin romantizarlo, porque aquí odiamos trabajar. Todo eso atravesado por una amistad muy importante para mí.
Hay capítulos que están habituados en Santiago y otros en el puerto, ya que hablan de ese periodo de mi vida donde me vengo a trabajar acá, a la quinta región y comienzo a activar en la olla común de trabajadoras sexuales durante la pandemia. Ahí comenzó mi romance con Valparaíso. Es que acá las putas son otra cosa, corren con tacos cerro abajo, te aman a fuego vivo y si te odian, te odian a quemar.
‒¿Por qué se llama Faramalla?
‒Esto me lo preguntan siempre. Así que para que no tengas que buscar en Google, te regalo la definición: «Situación exagerada, aparatosa o escandalosa, en ocasiones falsa, con que se pretende llamar la atención».
¿Te hace sentido con el escándalo que somos las putas?
‒Una cosa me pregunto mucho, es si acaso realmente escribo bien. Quizás ustedes también se lo pregunten, porque si me han escuchado hablar, saben que me cuesta hilar ideas. ¿Misma, crees que escribes bien?
‒La respuesta es un rotundo no. Lo que pasa es que a mi alrededor casi todos son mediocres. Y sus vidas son un poquito aburridas. Lo siento, gente, no quiero ser absurda. Es que ustedes me leen porque les gusta el morbo, quieren saber qué hacen las putas, cómo viven, cómo comen, cómo respiran. Les causa curiosidad y está bien. Eso me parece fabuloso. Todos ganamos, ustedes sacian el cosquilleo en la guata y yo publico un libro.
‒La poética del dinero. Soy buena y guapa pero no soy barata.
‒Para mí, ser escritora es ser trabajadora sexual y ser trabajadora sexual es ser escritora. Cuando puteo, estoy haciendo literatura todo el tiempo. Todo lo que hablo pasa por el filtro de la poesía. El lenguaje se embellece para que los clientes puedan disfrutar, ceder, caer. Volverlos manejables, mansos. O volverme atractiva frente a sus ojos. Y todo eso mediante las palabras, un código muy específico. Luego hay una transacción y esa es mi parte favorita del poema, mirar los billetes, contarlos uno por uno.
‒Dime que te gusta, yo te lo hago, yo te lo hago.
‒Quería escribir sobre mi trabajo porque sentía que había una deuda enorme. Hay un montón de hombres que escriben sobre prostitutas, en cambio, poco y nada de nosotras acerca de nosotras. Además, a pesar del imaginario que existe sobre las putas (no me mientan, yo sé que muchos de ustedes creen que somos taradas, que no leemos, que necesitamos salvación), conozco a un montón de ellas que escriben, pero ninguna es constante o publica. Lo hacen por una necesidad humana, por la intensidad que tienen en sus corazones. Entonces me propuse hablar del tema como una especie de «deber» con el oficio.

‒ ¿Cuál era mi intención al postular la novela a los concursos y becas?
‒Mi idea nunca fue hacer una novela. Cristóbal Gaete me instó a transformar mis crónicas en una para poder postular al concurso Roberto Bolaño. Como soy adicta a los billetes lo hice (ante todo soy puta) y el resultado me gustó bastante. El formato me obligó a transar con mis propios límites, con mis propias capacidades, porque cada cierto rato me quedaba sin ideas (según yo, soy una escritora en pañales) y además tuve que aprender a lidiar con mis vicios (soy indisciplinada y abiertamente yonki). A veces pasaba de largo, del carrete al escritorio a escribir. Cristóbal me exigía cierta cantidad de carillas por semana, de noble que es no más. Me las revisaba y me hacía una devolución. Es así con sus alumnos y alumnas, aunque después esto mismo te convierte en su amiga. Poco a poco lo fui logrando y toda la obra tuvo sentido.
‒Ya, sí, derroché toda la plata de la beca y el Bolaño. Dame billete puta, no me des consejos.
‒No hagan lo que yo hice. Regalarle la plata a los dealers. Gastarlo en fiesta con las putitas. Lo pasé increíble eso sí, la mayoría de las veces. Otras muy muy mal. Soy muy zafada y los excesos a veces me hacen terminar las noches llorando en algún rincón. Gracias por salvarme a quienes lo hicieron en tantas ocasiones.
‒ ¿Qué pasa baby, te olvidaste de los pobres? Mira pal cielo ahora está escrito mi nombre. Lo importante es que se viene el lanzamiento y es algo con lo que vengo fantaseando hace mucho… Anda, po.
‒Quiero que sea una tremenda fiesta. Por favor no permitan que sea el típico evento con lecturas y jazzZZzzZz. Esos ya pasaron de moda, no lo voy a permitir. Estamos en conversaciones con Kindberg de cómo y cuándo será. Ojalá se zafen conmigo. Probablemente aún tenga muletas (de borracha me rompí la pierna hace unos meses), poco me importa, nada me va a detener.
‒Lamento mucho caerle mal a algunas personas…No, mentira. Me da lo mismo.
‒Yo sé que no soy moneditadioro, diría mi abuela, que no le caigo bien a todo el mundo. Pero igual les gusto, o les doy risa. Soy bien ridícula. Y algo les da verme en mi trono (una silla del Cureptano) drogándome encima de la mesa cochina y pegajosa. O que les doy miedo, me dicen a veces. O mi favorita, cuando inventan rumores, como que mi trabajo de prostituta es un delirio inventado para tener algo que escribir (sé quienes fueron, no tengo rencores, les mando un besito en el culo).
Todas esas cosas me dan vida y alimentan mi ego, debo reconocerlo. Esta auto-entrevista es honesta. Y a decir verdad, a mí todos me caen mal, hasta que me demuestren lo contrario.
‒Cada cual en este mundo, cuenta el cuento a su manera, lo hace ver de otro modo, porque sí tengo corazón.
‒Quiero mucho y quiero fuerte. Las personas que están a mi lado son increíbles, me inspiran. Las putitas que me han ayudado a entender el mundo, con quienes he pasado noches y días sin dormir, hablando y hablando y hablando. Besándonos, entregándonos. Tengo amigos que son artistas increíbles, a quienes admiro un montón, me enseñan más que cualquier artista «consagrado». A mis amigos transmasculinos que me han mostrado otro margen de la vida. Yo creo que conocimos los secretos del mundo juntos y eso es impagable. También a quienes han sido mis maestros. Los quiero por siempre.
‒Hablemos del pasado tierno e inocente de una Teodora que tocaba la guitarra…
‒No terminé el colegio, llegué hasta segundo medio. Eso me avergonzó mucho tiempo y en espacios académicos solía mentir y decir que sí había terminado la media para sentirme un poquito menos tonta. En la pandemia di exámenes libres y obtuve mi certificado de cuarto medio. Me salí del colegio porque estaba segura de que mi camino sería la música. Así que entré a una academia, la famosa Escuela Superior de Jazz. Ahí estudié composición y arreglos. Me gustaba escribir canciones, poemas con música. A esa edad no era lo que soy hoy en día, era más tímida, flaquita, mustia, callada. Dejé que los comentarios de la gente a mi alrededor me afectaran y mermaran todo mi trabajo.

‒Ahí decidí matar a Tania Palma, porque no era lo que yo quería ser…
‒Mi nombre de carnet es Tania. Ya no soy ella, pero en ese tiempo sí. La Tania tenía un ruido mental cuando intentaba hacer música. Escuchaba esas voces diciendo: esto se hace así, esto se hace asá. Me habían «enseñado» los parámetros para hacer «buen arte». Por eso sólo me resultaron cosas pretenciosas. La literatura vino a salvarme de eso. Como mi aprendizaje en la escritura fue lejos de la academia, todo lo hice desde un espacio en blanco y las cosas se dieron de manera natural. Se puede notar en Faramalla yo creo. Eso me hizo reflexionar mucho. Cuando la literatura confirmó mi maldad, me convertí en una verdadera perra. En paralelo estaba comenzando en el trabajo sexual, por eso nació la Teodora, que tuvo la fuerza de mandar a la mierda a todos los intelectualoides que habían cagado mi cabeza.
Ahora, en el mundo literario sigo viendo estos fenómenos. Gente snob y qué sé yo. Pero ahora soy otra. La Teodora Inostroza aniquiló a Tania Palma y la dejó sepultada bajo tierra, entonces todo dejó de tener tanto peso. La vida no es tan en serio, tampoco el arte.
‒¿Qué viene después de Faramalla?
‒No tengo idea. No tengo ni plan A ni plan B. Vivo en el caos. Además, haberme roto la pierna, por borracha, saliendo de la casa de Nicolás Muñoz Braüchi, me dejó en una depresión bien grande, imposibilitada de pensar bien. Ese día tampoco estaba pensando bien. Se me atrofió la pierna y el cerebro. Ya estamos mejor, eso sí. Pero tengan por seguro que apenas pueda volver a la vida, volveré a ser la más rica del café con piernas, la reina del golden shower, el terror de los eventos literarios y algún libro nuevo saldrá.

(*) Retratos de Kika Francisca González.
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