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Reseñas

Viaje de ida y vuelta

Ecos de un acantilado de estrellas. Marambio, Simón. Valparaíso: Ediciones M.A.T.A.M.O.S.C.A.S, 2021. 90 páginas.

Por Silvana González

Un diario de vida suele tener saltos temporales; agujeros y huecos perdidos entre los escritos que sí aparecen, los que rellenan la información emancipada de lo que les pudiese faltar. Un diario de viaje está aún más cargado de esta temporalidad/ caducidad en los eventos que se logren establecer, ya que el viajar se vuelve una mirada momentánea ejercida segundo a segundo. Durante el viaje se dilatan, así, los agujeros del tiempo que no es contado y lo que sí es alcanzado se evapora antes de concretarse. Borges decía en el epílogo de El hacedor: «Un hombre se propone dibujar el mundo. En el trascurso de los años, compone un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas (…) de peces, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que aquel paciente laberinto de líneas traza la imagen de su rostro.» Habla de cómo los viajes le adhieren rayas al tigre de nuestras vidas.Esta progresión de hechos, la línea agujereada por donde se cuela información, es algo presente, sobre todo en la primera parte, de las cuatro que componen Ecos de un acantilado de estrellas, prolongado nombre que alude a los ecos como estas repercusiones que van afectando a una línea temporal.

«Amanecer», la primera parte, tiene un carácter distinto a los demás capítulos, también nombrados como fases del día. Está dotado de la temporalidad de un viaje efímero; mochilero, oscilante entre paisajes sureños (propios del hablante), centrales o nortinos, tales como Bolivia. Esa andanza funciona como un diálogo puntual en el cual la poesía es una excusa para retratar a una transitoria Claudia, protagonista, sobre todo en los primeros poemas. El lenguaje del relato que se va formando entre los pasajes es de una naturaleza tan cotidiana que se podría decir que el poema es quien se entromete en esta relación humana con Claudia, y no al revés. Debido a que la figura de esta aparece y desaparece a lo largo del libro, se mantiene la tensión del relato y no la forma del poema ni las ocasiones en que, por verse en el mundo real, la poesía como elemento cobra presencia. Los versos «No estás aquí / pero te siento / más que mucha de la gente / en esta tarde que recité poesía / y hablé del viaje contigo a Bolivia» ejemplifica esa intermitencia de la poesía como escenario presente, al igual que aparece a modo de lecturas o de escritura al servicio del viaje y de Claudia. En este mismo poema aparece algo que no se vuelve a repetir, al menos no de forma evidente. «Murallas blancas» tiene una ternura muy inocente, que por causa de la progresiva reducción de los versos connota esa sensación de garganta que se va cerrando: tan infantil es lo que transmite que transmite también congoja. Que quién es Claudia, no lo sabemos muy bien, pero en estos primeros poemas nos hace pensar que el poemario será uno de amor, y casi que suenan de fondo, armonizando, las líneas de The Proclaimers: «And I would roll 500 miles, and I would roll 500 more, just to be the man who rolls a thousand miles to fall down at your door».

Hasta aquí todo bien. Se mezcla la infancia con este amor de idas y venidas, despedidas y esperas. Pero desde «Atardecer» hacia adelante el registro cambia y se encuentran dos problemas que chocan entre sí: la dispersión y la profusión. Mezcladas resultan en una cantidad innecesaria de poemas que venían con un campo ya identificable, de carácter narrativo, a veces rozando la prosa debido a ritmos exagerados o excesivos, rimas involuntarias (irresponsable rimador, como diría nuevamente Borges: en un mismo poema las palabras gente / muerte / siempre) y temáticas demasiado distintas las unas de las otras, todas estas cosas aceptables en la prosa, pero que en este esquema resultan en desequilibrio. Algo positivo de esto último puede ser que se logren entender estas fases distintas como los puntos del quiebre de una relación o las variaciones anímicas en un viaje, circuito emocional, etapa, etc. Aquí también entran dos tipos distintos de poemas para ayudarla a una a entender un poco de qué estamos hablando. La contratapa y el prólogo evidencian esta consulta de una forma que la identifica como una geografía, de la cual surgen matices. El primero es el que narra a veces sobrio, a veces no, y es bueno ver ese cambio. El segundo es una especie de delirio en el cual se van sumando más temáticas y aquí es donde la cantidad excesiva de elementos termina por hundir el trasfondo, que es más que rescatable.

El meollo del cuento está en una responsabilidad fundamental que se dejó de lado por seguir a Claudia (o a otras Claudias que aparecen por ahí). Pero dentro de esa cantidad de cosas, por ejemplo, en «Anochecer» existe la oscuridad, la cual se siente bastante, ya que el personaje se hunde en un tono sombrío, ebrio, a veces iluminado por Dios, familiares y Claudia (nuevamente). Sin embargo, el hecho de nombrar la oscuridad incluso dos veces en un mismo grupo de versos lo vuelve soso y redundante. Oscuridad que se pregna de versos como los de García Lorca en «Ciudad sin sueño»: «Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas / Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan / y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas / al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.» En estos estados extraños, si fuese un paisaje nuevamente el escenario, si volviésemos al concepto de viaje en donde se pierden ciertas partes, aquí se encontrarían los baches del camino: tropiezos con momentos en los que el amor inocente ha quedado atrás. Los siguientes versos del libro versionan los del anterior; ejemplo: «Mientras nadaba me topé de frente a un Salmón / una bestia gigante llamada Chinook / desde la trompa al ojo una cicatriz de arpón […] La luz era de tal magnitud que simulaba la luna.»

Dentro de una micro, de algunos bares, en espacios ambiguos, el personaje se va perdiendo en el recuerdo que ahora es desazón, y nos va perdiendo también en esa desconexión que surge cuando nos enamoramos tanto que «…Nos hartamos de todo el resto / pero menos de nosotros mismos». Dándose cabezazos con el alcohol y pidiéndole respuestas a Dionisio («Así te digo a ti señor Baco / amor de los desamparados»), se defiende de ese estado. Todo ese hartazgo se nos explica al final, cuando el «Nuevo día» se normaliza y entendemos de que se trató todo este gran paréntesis delirante. Se nos presentó una historia difícil de entender en medio del caos y ahora se nos actualiza en el presente. El viajero del principio entonces, que conocemos poco y que se nos presentó medio necio, se debate entre embriagar el presente para no entrar nuevamente en el pasado o dejar entrar a los recuerdos nuevamente.

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