Por años, el imaginario en torno al balneario popular de una generación vivió fragmentado en anécdotas y fotografías sueltas, que guardaban varias familias de La Cruz y sus alrededores. Hoy están juntas en el fotolibro: La Cristalina (Corazón de Hueso).
Por Tabata Yáñez
Traer de vuelta un lugar o volver a él utilizando alguna máquina del tiempo puede ser un acto sencillo en su forma, si pensamos en que el aparato que nos facilita ese viaje no es necesariamente tecnología del futuro. Basta, por ejemplo, con poner sobre la mesa las imágenes que hacen despertar el momento y, a través de ellas, contar la historia. A una escala mayor, la travesía adquiere un poder aglutinante, de hecho, crece todavía más cuando se construye en colectivo; como migas de pan los testimonios dejan marcado un camino, que otros reconocen, ven y siguen. Por aquí, me acuerdo, anduve yo también, piensan.
Eso le pasa a José Luis Yáñez, mi papá, calerano, al hojear el fotolibro La Cristalina: imagen y testimonio de un balneario popular, editado por Corazón de Hueso y ejecutado por la Junta de Vecinos de Lo Rojas, La Cruz. Un proyecto financiado por el primer concurso del FNDR 7% del Gobierno Regional de Valparaíso, donde se recopila y da forma a un relato en plural.
Estamos cerca de la cocina, sentados, aún sin poner la mesa porque él no despega su vista de las páginas. «Mira, qué lindo y es azul, azul como el agua cristal de la poza», comienza a contar. Y continua «esto no es en Calera pero todos íbamos para allá, como nos quedaba tan lejos la playa. No era caro, era mejor que el río». Le pregunto si tiene fotos como las que aparecen allí, que me las pase, alguna que haya guardado la abuela, la tía Yaya, quizás. «No, si las cámaras no eran tan populares como ahora, esos tíos deben tener fotos, no había forma de contar con un registro masivo», me responde.
–Entonces, háblame de algún recuerdo.
–Yo era chico, ¿tenía cuánto?, doce o trece años, en los ochenta. Fuimos con unos tíos de Viña, imagínate, como era tan popular ellos venían de allá. Mucha gente, recuerdo. Ahora calculo que debí haber visto dos mil personas en un espacio abierto pero lo que más recuerdo era la comida y la música, las Fiestas Patrias. Para nosotros la entretención máxima era poder bañarnos.
–¿Y qué fotos reconoces?
–Todas las que aparecen allí están en mi mente.
–En ese sentido, ¿qué se siente tener hoy ese recuerdo, antes sin registro, en tus manos?
–Me lleva hasta allí, al tiempo en que era niño y organizábamos todo. La familia, los vecinos, compraban víveres, la carne para el asado, lo mejorcito. Harto licor los viejos, nosotros mirábamos no más. Nos despertábamos temprano para preparar las cosas. Mucha gente se va a reconocer en este fotolibro y va a encontrar a algún pariente perdido.

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Por medio de varios archivos familiares fotográficos, citas e historias, en La Cristalina encontramos textos como crónicas o perfiles escritos por Gonzalo Olivares Diaz (diseñador editorial, además) y Filipo Becerra Fuentes. Se trata de una gran vida compartida y compuesta por momentos alrededor de la poza: fines de semana, tardes de verano, feriados, celebraciones. Converge el turismo, el trabajo hacia los demás, la música y, para terminar, la pérdida de todo eso una vez que el río, con los años, retomó su caudal devastando el balneario.
Podemos decir que tiene que ver con una narración identitaria dilatada, esparcida por el boca a boca en el comedor, almorzando, tomando once. Pero no se ha perdido. Sus comensales materializaron la herencia de la memoria todavía húmeda y cristalina como el cuerpo de agua en el que se sumergían. «Hija de la tempestad, de los temporales de antaño, esos que cortaban caminos, arrasaban con puentes, anegaban pueblos enteros», se dice ella misma, la poza, en primera persona al principio del capítulo «Antes de bañarse».
El trabajo y la música, por otro lado, constituyen el entramado fotográfico y narrativo a través de actores importantes, que vivieron sus días en el balneario desde una vereda diferente, cultivando oficios y labores. La mayoría al servicio del balneario y entreteniendo a las familias: Pedro Díaz, el visitante de la poza que aprendió a nadar en ella; la Betita y la Palomita, auxiliares de enfermería; Jovel Vargas, uno de los tantos jóvenes garzones y Luis Muñoz, músico e integrante del grupo Cristal, bajista, quien después de encontrarse con un aviso en Facebook en el grupo oficial de la poza, comentó que él la conocía bastante.
–¿Por qué es importante que el fotolibro le dé un espacio a la música?
–Para mí es muy importante en el sentido de que yo toqué en la poza con mi orquesta como diez años. Por lo tanto, conocí profundamente cómo se desarrollaba todo, el ambiente, el concesionario, los artistas que pasaron por el escenario, los festejos y los matrimonios.
–¿Qué significa para ti y tu familia entregar archivos familiares y que estén publicados en el fotolibro?
–Me trae muchos recuerdos a mi mente. Mi familia, mis hijos, mis padres y mi querida esposa, recuerdo cuando todos éramos tan jovencitos. Me siento muy feliz de que hayan salido estas historias y fotos en tan bello libro y, sobre todo, que yo haya podido aportar con un granito de arena.
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El proyecto «Memorias de la Poza» fue postulado por la Junta de Vecinos de Lo Rojas, con la colaboración de Unidad de Territorio y Comunidad de la Municipalidad de La Cruz. Al igual que su esencia colectiva, el fotolibro surgió de una motivación en común. Las y los vecinos quieren mantener el recuerdo fértil, traspasarlo a los que vienen como si el tanque no se hubiese secado.

El deseo de estas comunidades también está empapado por la nostalgia de lo que fue y lo que queda ahora, un sector abandonado, con vestigios y rejas oxidadas. Termina por mostrarse como un estado que no ha hecho catarsis. Descrito al final del fotolibro, junto a una gran fotografía de escombros, cierra el relato sin final feliz, solo la experiencia del viaje bajo el capítulo «Agua que no has de beber…».
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Camila Acevedo, presidenta de la Junta de Vecinos de Lo Rojas, cuenta que decidieron postular al fondo porque aún estaban vigentes los recuerdos y que entre todos reconocen la importancia que tuvo la poza, no solo para La Cruz, su sector, sino que de manera transversal al territorio. Les interesa dar énfasis a la cultura en torno a la memoria del balneario y fomentarla, dejar herencia, que la historia no desaparezca como el agua cristal.
–¿Cómo fue el proceso de rescate?
–Fue un proceso de aprendizaje, de trabajo en equipo, nos permitió observar el impacto que aún trae la Poza Cristalina. Cuando digo trabajo en equipo quisiera destacar el apoyo entregado por la funcionaria municipal Francisca Mella, quien nos dio el impulso que necesitábamos y el apoyo para generar este proyecto.
–¿Qué impacto tiene para ustedes, como junta vecinal, poder concretar un fotolibro?
–Al tomar los cargos correspondientes en esta junta de vecinos, uno de los objetivos que nos propusimos fue fomentar la cultura del territorio, hacer crecer nuestra comunidad y que esto pudiese repercutir en otros. Este proyecto nació y vino exactamente a lograr eso. Muchas personas decidieron abrir su baúl de recuerdos y experimentaron aquellos sentimientos y emociones de aquellos años que se creían olvidados, años que fueron de mucha felicidad.
–¿Buscan que este fotolibro sea una herencia para sus hijos, nietos y las nuevas generaciones?
–Así es, este fotolibro viene a revivir lo que había sido olvidado, por esta razón necesitamos que lo puedan compartir con las nuevas generaciones y las venideras. Este fotolibro no solo nos muestra experiencias familiares y días soleados llenos de risas. Nos da a conocer la importancia de cuidar la naturaleza, de respetarla y de todo lo que de ella podemos obtener.
(*) Ilustración de Vladimir Morgado.
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