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Crónicas

En el atasco, donde se dilata más el tiempo

Relato de un viaje en bus Sol del Pacífico vía aeropuerto a las siete de la tarde, al alero de Buses de Efe Tapia.

Andan los relojes

Andan los planetas

¿Cómo andamos?

Gonzalo Millán

Por Tabata Yañez

Levantar el brazo, doblar el meñique, encoger hacia mí el resto de la mano, estirar el dedo índice: guiño natural al emprender un viaje. Medir la distancia, el espacio de mi cuerpo y el segundo que demora la máquina en reducir su velocidad; detenerse manteniendo el latido del motor para subir es el acto más amable que me entrega un bus.

Lo que viene después soy yo en el penúltimo asiento resignada a un tiempo que cedo por el traslado desde barrio Puerto hasta el paradero 28 en hora punta. Dentro las pequeñas luces azules, sobre nuestras cabezas, se reflejan en el vidrio polarizado y roto, la herida del papel es como una grieta en la vereda de afuera. Las personas que vuelven a sus casas las pisan, los perros las pisan, los autos las pisan, también los buses. Me someto a dos horas y media de trayecto a Calera con un fanzine muy ad hoc para la ocación, al que Efe Tapia tituló simplemente Buses (autoedición, 2023).

Así se ve este fanzine en movimiento.

Es turquesa, liviano, pequeño, delgado y algo frágil, catorce por once, se me dobla altiro. En él encuentro la misma familiaridad del boleto, entonces lo moldeo y juego con sus hojas, curvo la punta de cada una de ellas cuando nos detiene el semáforo en rojo. Leo la información que me entrega, me apego a la ventana, regreso al papel, dice cosas que ya sé, igual que el boleto, pero sigo leyéndolo. Aparece, por ejemplo, una lista:

«Vida de bus starter pack

  • Audífonos
  • Libro
  • Agua
  • Teléfono  
  • Colación
  • Paciencia
  • Contemplación
  • Antimareo»

Llevo casi todo eso.

La carretera sufre una congestión en Avenida España por varios minutos. En el atasco, donde se dilata más el tiempo, los detalles expanden su forma en mis manos, aumentan como los crecencios multicolor que saqué alguna vez de una pecera y que mojados resbalaban de mis palmas al suelo. Detecto este recuerdo que aparece cuando me absorta el viaje, los buses son una entrada a un no lugar que no sé nombrar pero sí reconocer. Y algo, en la gravedad a la que nos sometemos en el movimiento a cien kilómetros por hora, debe suscitar el tránsito. De ahí la contemplación anotada en la lista. De ahí que la cantidad de elementos (versos, artículos de ley, pantallazos, fotografías, sopas de letras e imágenes recopiladas en el fanzine) cobran sentido en su propio orden abstracto.

En la página del medio, sin enumerar, palabras de Efe Tapia –puestas sobre un paisaje– que hablan de este momento:

«Absorto

            El pensamiento se pausa

                        No hay más que contemplación

Estado meditativo activado

                              El horizonte es lo único que anda

De un momento a otro,

Insight

El pensamiento se dispara

Querer ser cactus

Volverse nube

Atardecer como si el cielo

Casi posible escaparse de sí»

He buscado devolverme el tiempo que le otorgo a los viajes en bus haciendo tareas de cuidado, con los años el espacio entre el respaldo y el reposabrazos me genera cierta intimidad. Llevo un bolso como repositorio, allí guardo un viejo neceser con cremas, paletas de sombras, delineador, base y brochas. Me maquillo en la oscuridad, aprovecho los segundos en que los focos de los vehículos me alumbran o los postes de luz. Mi espejo es una pantalla y he encontrado el equilibrio para dibujar una línea sobre mi párpado, a pesar del vaivén y el disturbio con el que tambalea la máquina.

Mi atención se inclina al afuera, lo que veo me jala hacia La Ciudad de Gonzalo Millán. Me quiebro ante el panorama de la calle, no soporto el caos que sabe fluir, que sabe mantenerse en una cordura media nebolusa, que se enmarca y remueve dentro de un encuadre, aunque me tranquiliza estoy molesta desde mi asiento en altura sin hacer nada; si de caos se trata, dejemos que se desparrame encima de nosotros. Leo el PDF de mi celular:

«Circulan los automóviles.

Circulan rumores de guerra.

El dinero circula.

La sangre circula.

Los peatones van a sus ocupaciones.

Los peatones cruzan en las esquinas.

Los peatones circulan por las veredas.

Los hombres llevan pantalones.

Los agentes llevan impermeables.

Apuestan agentes en las esquinas.

Circulan hombres astrosos.

Los cesantes circulan.»

Este no es ni será mi viaje más largo. Recuerdo que antes tomaba buses de Viña del Mar a Alto Hospicio porque era menos caro que un vuelo. Veintisiete horas en semi cama, solo agua, no comida para evitar ir al baño. Me bajaba en La Serena a estirar los pies, despabilar, sacudir la fatiga y respirar algo de verde antes de estar envuelta en puro desierto. Durante esos trayectos pasé noches desvelándome, abducida por cerros negros y llanos que recibían el peso del cielo y sus estrellas. Imaginaba que el bus quedaba en pana, que el resto de pasajeros despertaba y en grupo bajábamos a jugar con la chusca. En el día observaba cómo mudaba la tierra, transitábamos de una vegetación a otra, como si todo lo que hubiésemos visto hace unas horas fuese inventado. Aun así, la pampa es más utópica en la madrugada.

Efe Tapia, quien ha cedido esta foto, recorrió distintos terminales para crear este fanzine.

El conductor prende las luces, nos detenemos en un paradero, sube una señora vendiendo palmeritas y su grito me lleva aquí. No hay cruce que quiera continuar. Abro una ventana, dejo que me altere el aire. Suelta la memoria, digo, controla la fuerza para quitar el cinturón y lo hago. Toco las boletas arrugadas, tabaco suelto, bolsitas de azucar y envases de comida en el bolso, hasta dar con mis llaves. La funda naranja sobre los respaldos fricciona mis muñecas, el bus va lleno.

Llego al final de Buses, me espera un mensaje, lo despliego, es un pequeño papel doblado en cuatro que cuenta el destino de su autora: «Ya llegué a la provincia / Al norte chico / Estoy debajo de la / higuera». Lo cierro, con él pienso en las posibilidades que le permitió la autopublicación a quien se decidió por este camino. Reconozco la libertad de decisiones plasmadas aquí y el poder de autonomía que adquiere el relato cuando una misma lo escribe, crea y edita. El mío es el sexto de treinta ejemplares.

Bajo los escalones de plástico adheridos a la puerta.

(*) Fotografías de Kika Francisca González, a excepción de la señalada.

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