En el velador de la casa, espera como un pequeño cofre rosado, el fotolibro de la artista porteña Paz Olivares Droguett. Pareciera que dos compuertas recubren este fragmento de memoria bajo un papel pastel metálico, donde la palabra «Niña» se asoma en relieve. Se despliega sobre la mesa su contenido, y en su imagen retratada, comienza la exploración.
Por Juana Balcázar
La brisa, el juego, y el canto: tres palabras que marcan el ritmo de una serie de fotografías que componen carreteras, paisajes, lugares y manos. Reconstruyendo la memoria de la niñez, Olivares parece recobrar viva la infancia. Testigo de esto es cómo está estructurada la publicación, en forma de acordeón, las doce fotografías juegan a un símil de una proyección y nos posiciona como espectador a un develar de diapositivas de una vida ajena, que puede ser la nuestra.
El trabajo fotográfico de Paz toma forma de objeto, y Niña se transforma en una herramienta de indagación de lo íntimo y las inquietudes del cuerpo vivo. Las imágenes representan los viajes de esa niña que retrata, intercalando fotografías estáticas y en movimiento, revelaciones difusas y miradas borrosas. El fotolibro envuelve la necesidad del recordar, con una nostalgia de las vivencias que alguna vez fueron.
«Cuando abras la publicación, acompaña sus páginas escuchando la canción “Supapilapuso” de Javiera Mena», estableció la autora, cuando entregó el libro envuelto en un paquetito con una lámina traslúcida de rosa pastel.
La canción comienza así:
«En un auto, ocho y media
Una niña, siete años
Y la música que suena le trasciende
Y la música que suena la va a influenciar después
Sus orgasmos musicales con ella tendrán que ver
Y la música que suena su papi la puso
Su papi la puso, su papi la puso…»
El hecho que la publicación este compuesta de forma lineal, hace también referencia a un viaje en auto. Y las imágenes, diferentes paisajes que una niña ve por la ventana, donde el papá pone música para acompañar el trayecto. Que comienza en una esquina, con un paraje del sur de Chile, luego luces de carretera, calles de Valparaíso y siluetas de flores corridas por el movimiento.

Una ventana a la memoria
Puede que Niña sea un fragmento en el imaginario de la autora, pero es un espacio dentro de su obra que sigue una línea de trabajo que Droguett ha empujado a lo largo de los años. Sus fotografías invitan a ver el cotidiano, sin una pretensión que muestre grandes escenarios; nos sumerge en lo afectivo, las relaciones y, sin duda, lo colectivo.
A diferencia de trabajos anteriores, donde es una constante el cuerpo, la maternidad, la sexualidad y el feminismo, parece ser que en este caso Paz toma su propio lente y lo sumerge en el pasado, imprimiendo fragmentos de una niña de siete años, que observa, así como el oficio de la fotografía, la eterna curiosidad del ser humano.
Aquí el fotolibro se convierte en un objeto, puede ser un cofre donde se guardan resabios de lugares, o también una ventana, donde al abrir sus dos compuertas puedes observar en el rectángulo que la compone, el mensaje que Olivares deja al terminar la publicación: La brisa, el juego y el canto. Para después cerrarla, y dejar ahí, sus hojas de profunda nostalgia.
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Niña fue impreso en digital, utilizando papel Olin Rough White de 120 gramos para el interior y Curious Metallic Rose Gold de 300 gramos para la portada. La encuadernación fue llevada a cabo en Taller Casa en Blanco y el bajorrelieve estuvo a cargo de Alfredo Fierro. Esta primera edición, a cargo de Humo editorial, consta de cien ejemplares.
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