Luz de estrellas muertas, de Claudia Jara Bruzzone (1986), publicado bajo el sello de editorial Bogavantes, es un poemario sobre las vidas de estrellas de cine mujeres y disidentes estadounidenses del siglo XX.
Por Valentina Labbé
Sobre la autora
Claudia es una poeta del sur de Chile que hace poco se trasladó a Valparaíso. Comenzó el ejercicio de escritura desde lo íntimo y en la adultez lo movilizó a un espacio público. Su primer libro es una plaquette publicada por una microeditorial de Temuco en la que trabajaba con amigxs y que ya no existe. En ese proyecto armaban los libros a mano; sacaron cien ejemplares de los que no conserva ninguno. Posteriormente, una editorial más establecida de la ciudad le permitió recoger textos de Cartografía de la ausencia (2015) y complementarlos con más material para hacer Desove (2018), con un tiraje más amplio y circulación nacional. En el año 2019 se adjudicó la beca de creación literaria y en 2022 publica su tercer libro.
Actualmente, Claudia está dedicada a realizar presentaciones de libros y la creación de textos, como reseñas. Habla sobre libros, lo que va de la mano con el gusto por leer; dice que encontró un espacio para hacer algo con sus lecturas y comunicarlas. Este año lo asumió para escribir, las reseñas son algo complementario al desarrollo de sus propios proyectos de escritura.

–Me cuesta situarme como escritora, porque lo hago más desde el lado del lector, leo mucho. En el ejercicio escritural hay un doble juego de estar conociendo lo que otros hacen y las temáticas que están presentes. Esa pulsión tiene que ver con ser lectora, mi acceso a la lectura era limitado, pero mis deseos de leer, grandes. Siempre escribí, hasta que asumí que estaba creando poemas, cuentos, microrrelatos y manteniendo registros. Cuando entré a Pedagogía en castellano, empecé a tener contacto con otras personas, y mi forma de escribir, que era muy personal, se modificó y continúa haciéndolo hasta ahora. No me cuestiono por qué empecé a hacerlo, siempre fue parte de mí, todo quedaba registrado en alguna parte. Mi cuestionamiento fue si se trataba de algo más que una práctica cotidiana. Quería hacer más que sólo un inventario personal o de pensamientos.
–¿Cómo es habitar el tránsito Temuco-Valparaíso?
–No me cuesta socializar y a la vez me acomoda estar sola, eso convive bien con mi tipo de escritura poética. Entro en contacto conmigo. No sé describirlo bien, son procesos diferentes para las personas que escriben, cómo entran o pasan a ese momento de hacerlo. En mi caso, esta es una práctica solitaria, la literatura es un ejercicio más social, hay que dialogar, intercambiar, conocer personas que escriben, ver lo que hacen, cómo se desarrollan proyectos en otros lugares. Ahora estoy en un espacio nuevo donde conozco poca gente, pero es bueno estar situada acá y ver cómo se está llevando la literatura y el arte en general aquí. Me hace pensar en el sur, en las cosas que podríamos hacer allá. Valparaíso tiene harto que aportar a las provincias, hay mucho de pueblo y una gran actividad cultural, es lo que rescato. Me siento cómoda porque no es una gran metrópolis, pero es similar en cuanto a cultura. Hay teatro, cine, actividades literarias, es enriquecedor, recibo estímulos continuamente. Me hace reflexionar, querer hacer cosas allá también. Siempre estoy un poco allá, tengo una doble presencia. Entonces, sí, estoy en tránsito. Les pasa a muchas personas que hacen migraciones internas en el país. Y en la escritura también es así, yo sigo escribiendo, siendo del sur, aunque haya otros referentes y otro espacio.
–¿Qué autoras son tus referentes?
–Siempre me movilizo con las lecturas. En un momento dije: «No leo más hombres este año», asumiendo la deuda de la formación. Me ayudó enfocar la lectura en cuanto a historia, estéticas, cómo se plantean con los años y cómo cambia la literatura. Como mujer entiendes que los cánones siempre fueron masculinos. Me concentré en leer poesía de mujeres. Serían innegables dos grandes, Pizarnik y Mistral. Gabriela Mistral no es para leerla en cualquier momento. Quizás cuando eres adolescente pegas más con Pizarnik, pero con Mistral vas a pegar en la adultez. Las lecturas obedecen a lo que estamos viviendo. Me gusta Susana Thénon, de Argentina, Elvira Hernández, Rosabetty Muñoz, Verónica Zondek, Blanca Varela, de Perú. De otros lados, Szymborska, Emily Dickinson, Carson. Mis referentes siempre van a ser mujeres y poetas.
Luz de estrellas muertas
El poemario se divide en tres partes: el plano objetual, agrupando las vidas de estrellas de cine blancas, inalcanzables, emputecidas y embriagadas, donde hay miseria, ascenso, estrellato, colisión y exilio; el plano subjetivo, que lleva al lector a experimentar la fugacidad de las protagonistas y sus vidas marginalizadas con sus propios ojos; y por último, el plano voyeur, que toma la voz de un observador escondido que cuestiona y que usurpa de la imagen de la estrella.
–¿Cómo fue el proceso de armado y publicación de Luz de estrellas muertas?
–Fue desafiante escribir el libro y tomar la decisión de publicarlo. Todo partió de una cuestión espontánea. A fines del 2017 me operaron. Vino a mí un recuerdo de Marilyn Monroe y me salió un poema, como un arrojo. Empecé a googlear la vida de Marilyn, porque si me llega algo, yo escribo de eso. Descubrí que tenía la misma enfermedad que yo. Desde el acto de leer la biografía, aparecieron varios chispazos. Dije: «Bueno, tengo estos textos, qué pasa con las otras actrices.» Busqué sobre ellas mismas y el período en general, era muy intenso en cuanto a mujeres y sus vidas. El primer texto abarca estrellas de Hollywood como Marilyn Monroe o Grace Kelly, tremendas referentes del cine, belleza y más. Yo estaba en conflicto con las redes sociales y ellas fueron las primeras en sufrir eso, en dejar de tener una vida íntima para ser parte de lo público. Más allá del cine, sus vidas eran un espectáculo. Tenían que estar en pantalla, fotografías o periódicos por sus asuntos propios.

–¿Cómo llevaban la fama?
–Sufrían mucho. Marilyn Monroe consumía barbitúricos, tenía crisis de ansiedad, y al investigar la vida de otras me di cuenta de que todas tenían momentos críticos. Alcoholismo, pastillas y anorexia; el cuerpo hiperdelgado que se ve en las películas de Audrey Hepburn no es por genética, sino que es heredado de su historia, tiene esa condición a partir del hambre que padece en la segunda guerra mundial y después con la danza, que también está asociada a la delgadez. Está Grace Kelly, que lo pasó pésimo igual. Tomó la peor decisión de su vida casándose con el príncipe. El mundo de las estrellas no es nada brillante. Y está el submundo de otras actrices precarizadas, marginalizadas o afrodescendientes. En Hollywood, cuando se entregó el primer Oscar a una actriz negra tuvo que estar toda la premiación en una sala aparte, el apartheid no le permitió estar con sus compañeros, terrible. A otras se les niegan papeles principales, teniendo las capacidades, sólo por un tema racial. Era algo que estaba pasando y se estaba cuestionando, pero que igual sigue sucediendo. Empecé a ver que hay actrices que tienen intelectualidad, genialidad, brillo, pero no ocupan los mismos espacios, lo que las lleva a la decadencia. En ese tiempo aparecen los primeros paparazzi, era algo intenso, y muchas tuvieron que autoexiliarse, salir fuera de la vista de ellos. Me puse a pensar, investigar y empatizar con sus vidas. A la par traté de conciliar con el código cósmico de las estrellas y jugar con eso.
–¿Cómo decidiste la forma de apropiación de las voces?
–Eran decisiones de estilo. Tiene que ver con el tipo de actriz de que estamos hablando. El primer grupo son las consolidadas, que alcanzaron el estrellato. Y luego están aquellas marginalizadas o de la contracultura, casi todas tienen finales muy trágicos en el segundo apartado. Asumo la mirada de las primeras en tercera persona porque son más inalcanzables, y una voz en primera persona de las que fueron marginalizadas porque conecto con eso. Ese ejercicio fue doloroso, tuve que investigar mucho, navegar muchas horas para encontrar momentos que me arrojaran una luz, algo para agarrarme y escribir. Con este grupo entro en vidas precarias, intensas, y como estoy escribiendo, conecto con estas vidas. Ese ejercicio me gustó porque me demostró que no es necesario buscar poesía en mi experiencia, sino que la puedo encontrar en otras vidas.
Otros planos
La autora presenta a las estrellas femeninas y disidentes que habitaban el siglo anterior, mostrando un contraste entre realidad y cuento de hadas. Detrás de la belleza de las estrellas se oculta el pasar de guerras, esclavitud, hambre, violaciones, matrimonios, pedofilia, familia, religión y pérdida del espíritu. Estas estrellas son fugaces, mundanas, kamikazes al filo de desaparecer. El poemario también es un ejercicio de reconstrucción de la imagen involuntaria de quien se marchita y se transforma en un recuerdo distorsionado de lo que fue.
–¿ A qué actriz chilena agregarías?
–A Hija de perra, en el segundo apartado. No conozco tanto para atrás de mujeres del cine muertas, pero ella es un gran referente, en todo sentido. Hay un feminismo entendido desde otra forma que entra en tensión con feminismos más conservadores. Y también en el acto de visibilizar el registro trans y artístico hay una propuesta interesante.
–¿Qué relevancia tiene el punto de vista del paparazzi?
–Utilicé todo lo que había hecho antes para ese plano. Quería darle una mirada voyerista y cuestionadora. En el otro espacio no me doy tiempo de ir al hueso como el voyerista. Uso la voz del paparazzi hombre para darle un sentido que concuerda con lo que ellas vivieron.
–¿Cuál es tu relación con lo pop?
–Leía revistas de papel cuché de mi mamá. Es algo heredado, ella las leía porque su mamá lo hacía. Tuve acceso a revistas de los ochenta que mi nona tenía guardadas. Hay una conexión infantil y cercana a ese mundo, paso de observar con admiración a tensionar sus vidas. En general tengo mucho contacto con lo pop, trato de moverme en distintos registros, tener varios referentes, eso no es malo. Quedarse siempre en el registro de lo culto te aleja, es una distancia que tiene la literatura con el arte en general. Manejar el registro de lo cotidiano, que hoy en día es lo pop, no está mal.
–¿Consideras tu obra feminista?
–Esa es una lectura. Trabajé con el signo mujer porque quería visibilizar cosas. Si se quiere leer desde el feminismo, estoy abierta, pero hay distintas formas, las lecturas son subjetivas y queda a la interpretación. Trabajé con eso porque sentía que era algo pendiente. También agregué a una actriz porno y a Valerie Solanas, una figura conflictiva, pero no significa que sean mis referentes, las dejo ahí para que las vean. Quería mostrar sus vidas y cuestionar que, siendo quienes eran, vivían la precariedad de ser mujer en esa época y algunas cosas se mantienen igual. El signo mujer opera en el libro, es inevitable que se le den lecturas feministas, entendía que eso iba a pasar, pero hay temas interseccionales, como la guerra y el racismo.
–¿Por qué dar punto final con Solanas y el ajusticiamiento fallido?
–Andy Warhol también es una figura conflictiva, pertenece al mundo gay, pero fue un tipo privilegiado y no usó eso para defender. Vivió en una época complicada, el sida en los ochenta, pero no tuvo una voz relevante respecto a eso. Con relación a sus actrices, de quienes usufructuó mucho, fue malo. Candy Darling murió sola después de hacer un montón de películas. Fue el momento y no hubo más. Warhol tenía una perspectiva del arte utilitaria, hasta donde servía la musa, y después la dejaba. Entonces las objetualizaba igual, por eso entro en conflicto con él, como figura y como persona. Su arte es otra cosa, pero no es alguien que me merezca admiración. Su arte es más pictórico, es distinto, pero las películas son la persona, no hay un guion construido. En las cintas de Candy Darling es ella, su persona es la esencia. Eso me molesta y puedo lograr entender la rabia y la frustración.
(*) Retratos de Kika Francisca González.
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