Su primer libro de poesía y su beca de creación del MINCAP son motivos de orgullo para esta página, que acogió sus primeras indagaciones biográficas sobre Ximena Rivera.
«Si seres tan hermosos eran desdichados, no era de extrañar que yo,
criatura imperfecta y solitaria, también lo fuera.»
Frankenstein, Mary Shelley
Un libro de delicada extrañeza y hermosa edición llega a mí de la mano de Fernanda Meza. Enérgica, lúcida e incisiva, la joven autora de La cueva (Anagénesis, 2022) escribe dándole la espalda al mundo comercial para convertirse en titular de una producción literaria que se ubica al límite. Aparentemente antiacadémica, la escritora radicaliza la potencia poética de la marginalidad, transformándola en experiencia estética para sus lectores.
Tres veces al borde: del discurso político hegemónico, del mercado editorial oficial y, sobre todo, del canon literario. Sus narrativas delinean lo periférico e integran personajes silenciados en un campo que muchas veces se entiende como lugar exclusivo del privilegio y lo docto. Por mi parte, muy sesgada en mis intereses personales, llego a reunirme con la entrevistada conn ánimo de conversar de feminismo; no obstante, estar frente a ella obliga a ampliar el espectro y entender que es momento de posar la mirada sobre otros paisajes y corporalidades.
Versos cargados de asuntos –esencialmente vitales– que desbordan las temáticas usualmente atendidas por la poesía son, en La cueva, el centro de lo experimentado. Su propuesta envuelve a partir de un lenguaje críptico de ritmo definido, cuyas texturas orales son, a pestañazos, difíciles de atrapar. Algunos textos son rápidos y enérgicos; otros, deliberados y lentos. En todos, sin embargo, se deja entrever un entrenado ojo cinematográfico.
La poeta abraza una clara posición dentro de la literatura: recuperar espacios culturales para abrirlos a figuras desatendidas en tiempos de inclusión. De la mano de Histeria Editorial, su proyecto de edición pirata, aspira a construir un entorno verdaderamente plural y heterogéneo. Meza interpela de forma activa a colegas y lectores con su actitud como principal canal para posicionar el margen como actor central de la belleza.
–¿Cómo te gusta ser presentada?
–Le tengo pánico a esas instancias, debo asumirlo. Ahora que han pasado muchas cosas, he intentado jugar un poco más a la profesionalización de mi oficio. El último tiempo le agarré más pompa al asunto y empecé a presentarme como editora, escritora e investigadora, que es un poco lo que estoy haciendo en forma amateur.
–¿Cómo resultó escribir en plena pandemia?
–La pandemia cambió todo. Me fui de la ciudad a vivir a un pueblo, empecé a coexistir de una manera diferente con el dinero y a sopesar otros factores… Quiero decir, estaban pasando cosas supermalas, pero también otras que me animaron: nunca me habían pagado por escribir, por ejemplo. Entonces, qué bacán por un lado poder hacerlo, pero por otro, complejo, porque estabas como en una especie de cárcel. Sumado a eso, toda esta concepción como del escritor iluminado, que está ahí, en su casa, pensando, pero si mirabas por la ventana había gente viviendo en situación de calle, animales abandonados en sus rutas de alimentación… Cosas que son terriblemente reales, de la ciudad. En ese momento uno debería aprovechar y tratar de sacar algo de ello. Yo tengo un rollo más crítico con estas cosas, por esto, si bien era bacán, me generó muchas contradicciones.
–¿Cómo impides que la escritura se torne un ejercicio egoísta?
–Creo que tiene que ver con la postura de vida que uno tenga. Puedes tomar un compromiso desde la escritura, es cierto, pero también desde tu persona, tu actitud. Frente a eso, lo que me ayudó fueron las personas acerca de las que estaba escribiendo e investigando. Eso lo alejó del ego y de ser algo personal. Estar en pandemia pensando en la Ximena Rivera es estar dialogando con un personaje casi en situación de calle, neurodivergente, que no es parte del canon. Alguien que te ofrece pensar en otras cosas. Siempre he sido de pobla y siento que puedo conversar con esos seres. Ahora, obviamente, busco además retratarlo de forma responsable, como alguien que no sólo viene a observar, sino que también lo habita.
–¿Hacia dónde apunta tu poética?
–En el caso de este libro tiene que ver con historias de abuso. Hace unos días conversaba con un grupo de amigas con quienes estamos viendo películas y escribiendo textos como en un juego, y una de ellas dijo: «A mí me interesa hablar de muerte, magia, ciencia ficción…»,temas que quizá no pegan ni juntan, pero que a la vez responden al imaginario de la distopía que estamos viviendo. Desde otro lugar, si tuviera que decir «mi formación fue en base a»,leí mucho a las mujeres de los ochenta. Tengo una obsesión con Soledad Fariña, Carmen Berenguer, Diamela Eltit… Cuando era chica sobre todo. Ahora he ido diversificando un poco más mis lecturas pero, sin duda, eso me otorgó ciertos imaginarios como la ciudad y el cuerpo. Por otra parte, también creo que la escritura está ligada a la clase a la que uno pertenece. Creo que las temáticas que toco van de la mano con mi corporalidad y mi realidad, y que mi realidad es pertenecer a una clase y a una identidad. Frente a eso, siempre desde la vereda de las monstruas.
–¿Las imágenes de tu escritura provienen del consciente o del subconsciente?
–Creo que es más el subconsciente enfrentado al consciente, porque también tiene mucho de calle. Quizás las sensaciones físicas que evocan son más subconsciente, pero posicionado. No es solamente algo onírico o del interior de nuestros cuerpos, sino que también intenta instalarse dentro de un marco político, contextual. Creo que mucho de eso tiene que ver con que estudié cine y que soy obsesiva con él desde muy chica. El cine me dio esa herramienta: poder definir sensaciones a partir de imágenes.

–¿Ha mutado tu trabajo a lo largo de los años?
–Muchísimo. Yo en Santiago andaba con los punkies dando jugo en espacios literarios. Y, claro, había potencial dentro del grupo, pero nadie se lo tomaba en serio. Llegar a Valpo significó profesionalizar mi escritura. Quizá no desde las mismas perspectivas que tienen las personas que cuentan con eso, pero realmente crecí mucho: me permitió compartir con pares, abrir el espectro de escritura, tener más acceso a libros y personas a quienes preguntarle cosas, y pude dedicarle tiempo. Confluyó también, por supuesto, que yo tenía mucho interés en hacerlo, y a la vez se fueron dando posibilidades para poder crecer en torno a lo que estaba desarrollando. Por ejemplo, este libro ha sido ochocientos mil librosantes de ser lo que es hoy.
–A propósito, ¿es esta la segunda edición de este libro?
–No, es la primera. La anterior es una plaquette del primer intento. Hay mucha diferencia, es otro libro. Hay poemas que salen en el otro y ya no están acá, o poemas que se fusionaron después y ya no son el poema que salía ahí. Hubo harto trabajo. La primera vez que intenté levantar este poemario fue en el taller de Concreto Azul. En ese momento se llamaba Anómala. Por supuesto, todos me dijeron que el nombre era horrible, que cómo se me ocurría hacer eso y todas esas cosas que te dice la gente [ríe]. Después fue reubicándose cada detalle, ¿cachai? Lo que yo estaba intentando hacer hace cuatro años no es lo mismo que terminé haciendo hoy, ya no responde a la misma búsqueda.
–¿Hay menos visibilidad de mujeres y disidencias en el mundo editorial?
–Hay menos, definitivamente. El canon es masculino, es compadrazgo. Todavía es así. Y las editoriales grandes probablemente no están interesadas en escrituras como las de una. Sin embargo, se me ha abierto un espacio que igual es importante. He podido diversificar tanto mi escritura como mis discursos y siento que soy una ratita, ¿cachai? Tengo esa actitud de vida: hace muchos años que me meto por acá, me meto por allá y, de repente, funciona. Dentro de eso, creo que hay que aprovechar esos espacios, que son pocos pero, aun así, están. Pero ¿de qué forma le disputamos el espacio al canon masculino?
–¿Crees que la escritura juega un rol en alcanzar la igualdad?
–No creo en la igualdad, de partida, porque creo que no sólo existen hombres y mujeres. Partiendo de ese espectro binario, no me parece una búsqueda. Ayer conversaba con una amiga y le decía: «Bueno, ahora que las mujeres nos abrimos espacio, ¿qué vamos a hacer?» Existen muchas otras corporalidades que no están siendo contenidas, entonces siento que cabras como yo u otras que también están haciendo pegas reinteresantes –levantando editoriales, instancias o talleres– son necesarias, pero si sólo las estamos disputando para nosotras, no me interesan. Nosotras no somos una editorial independiente, somos una editorial pirata, ¿cachai? Eso ya es una declaración política. Y frente a eso, a mí no me interesa la igualdad ni lo binario, pero aun así, a veces siento que no sé cómo contener ese discurso, porque no existe. Ahora que nos hemos abierto ese espacio de visibilidad, ¿cómo ser también más solidarias con estos espectros? Que, al final, son los que me interesa leer o publicar.
–¿Alguna vez has pensado en desistir?
–Sí, todo el rato. Siempre he estado pensando en desistir (ríe). Creo que lo que menos he pensado es en mantenerme. Por lo mismo soy una persona que se ha metido en espacios también más diversos. Si bien cuando llegué a Valpo fui directo al canon, donde estaban los hombres, fue porque eran lugares donde yo pensé que podía aprender, ya que no tenía esa formación universitaria de haber sido estudiante de literatura de la Cato, que es como el espectro típico de acá de Valparaíso, entonces, de alguna forma tenía que adquirir esas competencias ¿cachai? Eso fue a través de los talleres y fue toda una lucha: de resistencia, de no mandar a todo el mundo a la mierda. Por un lado, el no haber estudiado es una falencia, porque tengo que aprender muchas cosas, pero por otro, es una riqueza. Muchas amigas me han dicho: «Tengo deformación profesional en la escritura», ¿por qué? Porque en la universidad leshicieron la mentede cómo había que hacerlo. Yo no tengo esa hueá, porque no entré en ese canon ni tampoco me metí en La Sebastiana.
–¿Qué tal la relación con los poetas de tu generación?
–En general me llevo bastante bien, tengo buena relación. Han sido solidarios y yo también lo he sido. En verdad, aunque quizá tengo fama de pesada (ríe), sólo es porque una no se deja pasar a llevar.
–¿Qué me puedes decir de la colaboración de Gladys González?
–A mis amistades de la editorial, quienes conocen a Gladys, se les ocurrió que podía ser ella porque es de alto impacto y porque también hay temáticas parecidas, un diálogo en nuestras escrituras. Yo la admiro caleta. Cuando comencé a escribir poesía –o a tomármelo más en serio– estaba obsesionada con ella y con Angélica Panes. Así que quedé pa la cagácuando dijo que sí, cuando lo mandó… Y ¡qué nervios que Gladys González lo haya leído! Pero yo sé que ese libro se va a mover diferente por el sólo hecho de que esté su nombre ahí. Ella, por su parte, es muy solidaria. Siempre intenta ayudarte, hay una disposición de apañar a las cabras de otras generaciones. La respeto caleta como escritora y gestora. Fue un regalo.

–Un poema clave del libro
–«Territorio»; es mi oda a la Echaurren.
–Se quema el mundo, puedes salvar un libro…
–¿En este momento? Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, me dejó loca, muy loca.
–¿Alguna pregunta que te hubiese gustado escuchar y no te hice?
–Creo que a las mujeres siempre se nos lleva mucho al lado de lo femenino o de lo feminista, y si bien tengo muchas cercanías, también tengo muchas diferencias con ese tipo de discursos. Estoy con una crisis de fe terrible en este momento. En algún momento pensé que era anarquista, ahora no sé. Creo que los binarismos le hacen mal a la escritura, que la escritura del margen no se nombra. Entonces es brígido que todo el rato te conecten con el feminismo, porque además tampoco me identifico tanto con mi feminidad. Soy tan rara que encasillarme no funciona.
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