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Perfiles

Eleonora es una a

Un bosquejo de la autora de Dímelo bonito (Planeta, 2021), Especimen (Neón Ediciones, 2017) y otras creaciones. Influencer con más de cincuenta mil seguidores.

Por Tabata Yáñez

Alta, más de un metro setenta. Se ve una diagonal frente a otra y una horizontal entre ellas que deja un espacio interior; el conjunto de líneas, en realidad, forma el cuerpo de una mujer adulta levantando los brazos tatuados mientras une las puntas de sus dedos.

Podría ser una e; es muy absurdo, piensa, porque es como empieza su nombre: Eleonora, pero termina en a y su apellido también. Por alguna razón, siente que la a es la letra de todas las letras, si una va a hablar comienza nombrando la a. Es la primera vocal y aparte, siente, es como una casita. Lo cierto es que Eleonora Aldea Pardo tiene varias aes, están puestas en su justa medida, no hay ni más ni menos, combinan y si lees el nombre cantando, resaltan entre los demás caracteres.

Para rematar, si se piensa bien, esta sería la letra de una persona con ambición de crear y ser precursora de algo. La a constituye un millar de palabras, además. La a, entonces, representa el inicio, la causa, a la autora criada en las afueras de Viña del Mar que estudió letras y luego diseño en la Escuela de Arquitectura y Diseño de la PUCV, donde terminó inclinándose por el lettering.

Dicha vereda la encaminó a publicar libros que reúnen todos sus oficios en uno, como Especimen (Neón Ediciones, 2017) y Dímelo bonito (Planeta, 2021), y a gozar de una alta visibilidad mediática, a veces agobiante.

Una casa alejada de la ciudad, en un sector de Reñaca al que llega sólo una micro, acogió a tres hijos; la menor era Eleonora. Creció encapsulada en esos metros cuadrados debido a la sobreprotección de su madre y padre, quienes optaron por una infancia puertas adentro, donde sus ojos la vieran. Así surgió la lectura, la escritura y el dibujo, ejercicios solitarios que cualquier niña podría hacer sin pisar la calle.

La ansiada emancipación llegó poco a poco. Primero, al ingresar con dieciocho años a la universidad para estudiar una especie de licenciatura en Humanidades, mención Literatura o Filosofía, no hay precisión en el dato. Sí se sabe que allí nació la relación con una polola que vivía al costado de la Quinta Vergara. Segundo, cuando se cambió a estudiar diseño y viajaba una hora en micro hacia la facultad, que estaba en Recreo. El taco en Salinas la dejaba ver con pausa el mar. El telón azul de fondo, saturado por el sol, que entraba fuerte a través de las ventanas, acompañó las ideas que luego escribiría en un blog por el cual se haría conocida, sobre todo en lo mediático, y cuyo contenido llamaría la atención de la editora María Paz Rodríguez o Ro, como le dice Eleonora, quien le ofreció publicar su primer título.

Entre idas y venidas, habitó en Santiago un tiempo, congeló su carrera producto de una depresión, la retomó volviendo a esta zona, específicamente a Concón; después se fue al interior y residió en Olmué; ya titulada, se trasladó a Santiago de nuevo. Todo ese viaje para regresar junto a su marido y dos hijos a Recreo, lugar que nunca dejó de ser su destino.

—¿Por qué volviste?

—Siempre quise volver. Salí de la escuela, me ofrecieron trabajo en una agencia de márketing y lo tomé. Tenía que trabajar, claramente en Santiago estaba la pega. Pero rápidamente me di cuenta de que vibraba a un ritmo distinto al mío, iba a otro nivel. Todo el tiempo trataba de encajar. Nunca sentí que cuajara mi ritmo interno con el externo de esa ciudad.

—¿Y aquí sí lo tenías?

—Aquí me siento más cómoda. Y es raro porque soy una persona a la que le gusta el hueveo, conocer gente y salir. Es divertido, todo el mundo te dice que están las tremendas salas de teatro, las fiestas, los eventos, la cultura y nunca fui a ni una huea de nada. Creo que siempre he sido de casa, probablemente. Es inevitable que me guste la actividad indoor.

Su forma de hablar es dinámica, casual, amistosa y muy expresiva, casi hiperbólica; termina entonando alto para manifestar la honestidad de lo que cuenta. Nadie dudaría. Si se tuviera que dibujar, sería algo parecido a las letras más coloridas, grandes y gorditas exhibidas en su cuenta de Instagram, las mismas ilustraciones que hace unos meses vieron la luz en su último libro. Es un ejemplar bastante visual, multiformato, lo más cercano a una exposición o catálogo de su trabajo. Está acompañado de pequeños fragmentos autobiográficos acompañados por un código QR que permite ver la publicación en cualquier dispositivo.

A principios de octubre, Eleonora figuraba en la lista de seleccionadas en el taller de ensayo autobiográfico impartido por la directora del Instituto de Estética UC, docente e investigadora Lorena Amaro, gracias a la gestión de la Escuela de Escritura Creativa de Valparaíso. Allí, en una de las sesiones, preguntó algo clave: ¿Cómo enfrentar la crítica y hablar desde un «nosotras»? El motivo de esa interrogante venía configurándose mucho antes, desde el 2020, a partir del debate acerca de las autorías literarias en el que algunas escritoras y otras mujeres del circuito literario discutieron.

Fue un momento en el que se sintió interpelada, más por el lado de las escritoras, pues fue alguien que publicó teniendo una plataforma en Instagram, explica.

—Sentía que yo calzaba perfecto con ese estereotipo que estaba siendo cuestionado e interpelado, como… «Estas hueonas las publican porque tienen seguidores en Instagram», ¿cachai?

—¿Tú lo interpretaste de ese modo?

—Esa fue mi manera de verlo porque me sentí tocada, como parte de lo que estaba siendo cuestionado, criticado. Me sentí mal, como si no fuera digna de haber sido publicada, también porque tengo un tema fuerte con la confianza en mí misma y en mi trabajo. Entonces, francamente, me daba miedo Lorena, para mí representaba esta forma que yo sentía que me intimidaba. Fue muy absurdo, porque después se dio la oportunidad del taller y me dije que debía meterme. Ni cagando pensé que quedaría, pero sí quedé, y se me dio vuelta toda la hueá. Además, leí un par de libros escritos por mujeres este año y no pude evitar caer en esa misma pregunta. Quiero ser capaz de decir que este libro no me gustó, que lo encontré malo o mal escrito, sin que se me acuse de ser mala feminista por hacerlo.

A Eleonora en ambas ocasiones las editoriales fueron quienes la contactaron para publicar. En ese sentido, comenta tener suerte, especialmente porque el contenido de sus trabajos lo consumen personas a las que les gusta lo que hace. No tiene aspiraciones de ser transversal.

Corazón verde, corazón rojo, corazón violeta, carita feliz, carita feliz, carita feliz, al caer la lectura aparece: «Me cala en lo más hondo lo que dices… Gracias por sentir tanto y lograr sacar en palabras lo que, a muchas, nos cuesta», expresa una lectora entre los doscientos comentarios de una publicación. En la virtualidad es inevitable tropezar con pequeñas confesiones que dejan pistas sobre el impacto de lo que dibuja/escribe Eleonora:

«Me llegaron al corazón tus palabras», fuego, corazón con brillos, corazón violeta.

«Nori, erí pulenta», corazón rojo, carita enamorada.

«Nori, qué genia eres», carita enamorada.

«Erí una bacana, Nori. Siento caleta de admiración por ti, profesionalmente y además como mujer. Apañe y amor entre nosotras, cabras», cuatro me gusta.

«Amé todo! Desde tu estudio exhaustivo, recopilación de datos, hasta las gráficas (corazón negro, brillo). De diseñadora a diseñadora tkm por estos regalitos visuales», brillo, trece me gusta.

«Qué buen aporte. Gracias por compartir tus experiencias y dar aliento para que otres también puedan hacerlo. Lo malo, lo triste, también hay que hablarlo, mostrarlo y compartirlo…», brillo.

¿Por qué la autobiografía? Simplemente es aficionada a escribir de lo que una sabe, dice. Admira profundamente a las autoras capaces de redactar ficción. En realidad, percibe la pulsión de escribir cuando siente o piensa algo relacionado con ella. Su mayor orgullo existe en tanto crea la menor cantidad de palabras posibles, generando la mayor cantidad de emoción, de ahí el lettering. Nunca se ha forzado en hacer otra cosa. Sin embargo, hoy trabaja en una novela de autoficción, «aunque es más auto que ficción», corrige mientras ríe.

—Ya se estaba tambaleando la creencia fervorosa que había tenido sobre la postura que sentí haber tomado cuando se generó esa discusión. En el taller de Lorena entendí demasiado bien todo con los textos que nos dio.

—¿De la visión que tiene sobre validar la crítica entre nosotras?

—Sí po, de hecho me pasa mucho eso cuando me encuentro con figuras que, de alguna manera, me desafían y motivan. Después del taller me puse como loca a escribir un proyecto que tenía medio botado. Sentí que me revivió la llamita de la escritura. Entonces me metí al taller para enfrentarme como a mi demonio. Demonio de pensar que yo misma no era digna de escribir o de decir algo porque soy cuica, porque tengo un Instagram con muchos seguidores, porque soy influencer, como esos libros de influencers que se sacan y la hueá. Sentía que era una manera de exorcizar un poco ese demonio que siento, que aún tengo. Lo asumo, es estúpido hacerse la hueona, es lo que hay.

La cifra que posa en medio de una pestaña es 51.400 seguidores, abajo se lee «Diseñador gráfico» y «Dibujo, escribo, saco fotos», luego un correo de contacto simple. Esta es la cara, la primera impresión, para una gran mayoría de usuarios. Fuera de eso, en un espacio con límites físicos, se encuentra a una persona sin tanta ornamentación, sus oficios, coherencias, contradicciones y vida en general.

Retrato gentileza de la autora.

—Eres influencer, entonces. Creo que para mí lo eres, ¿se podría decir que sí?

—Sí, obvio que sí. Trabajo con marcas para decir en mi plataforma que me gustan. Esa es la definición de lo que hacen.

—¿Y lo malo de serlo?

—Es ser influencer, que me digan que lo soy porque hay tantas hueás que hago: soy artista de lettering y diseñadora, y por alguna razón, el oficio se traduce a influencer. Es que el influenciarismo, que es lo que hace que tenga tantos seguidores, es lo visible. Es obvio que si mucha gente ve que trabajo con marcas, colaboro y hablo de ellas, fácilmente que dicen: «Ay, es una influencer». De hecho, mucha gente se refiere a mí así cuando me describe. No me ofende, tampoco es que me ponga a corregir a la gente. Lo otro malo de ese término es que se exige o se hacen muchas suposiciones sobre una. Se tienen ideas muy fuertes de cómo una tiene que actuar frente a ciertas cosas.

—¿Ya no eres una persona?

—Es como si fueras un medio de comunicación, eso me pasa. De repente, pierdo la capacidad de usar mi cuenta como si fuera una persona, me transformo en una especie de medio que tiene responsabilidades. Pero al mismo tiempo, digo: «Puta la hueá, es mi Instagram, no puedo mandarme unas chuchás». Igual soy bien libra, hago la huea que quiero, en verdad.

—¿Desaparecerías de lo digital?

—Estoy siempre al borde de cerrar la cuenta. Creo que por lo menos cuatro veces al año le digo a mi marido que lo haré. Estoy constantemente tentada de hacerlo para ser una persona que trabaja en redes sociales y a la que le gustan mucho, quiero que quede muy claro. Me encantan, encuentro que es muy bacán lo que pueden hacer por el bien. Sin embargo, es muy dañino lo que pueden producir para la salud mental, especialmente cuando tienes un alto nivel de exposición; generan una ansiedad muy potente. Por salud mental creo que siempre estoy coqueteando con la idea.

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