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Entrevistas

Cuando Mar cuenta su historia, toca la mía

Con ilustraciones, grabados, fotografías y poesía, recapitulamos la obra de Mar Lemus, que se abre camino desde la artesanía y la autogestión.

Por Canidae

Mar Lemus (1994), residente en Nueva Aurora, Viña del Mar, encabeza el proyecto gráfico Entramar, que busca «trabajar la memoria, el territorio y crear nuevas simbologías a través de esas temáticas». Creado el año 2015 desde el oficio del tatuaje, fue evolucionando como un medio para poder exponer el trabajo de le artista.

Sostener el recuerdo colectivo, el aprecio por el entorno y la comunidad son elementos que hasta ahora han dado forma al quehacer de Entramar: hablar desde un otro o con un otro y con ello, la construcción de un proceso que deviene en las expresiones de su obra.

Es así como ha autopublicado Confesiones de bosque, Historia de la búsqueda, León mata mirando e Historia de los sueños, todos fanzines de 2018. Asimismo, en 2021 gestiona dos libros objeto:Fisura, una compilación de grabados durante su proceso de aprendiz, y Nostalgia de una vida que no recuerdo haber vivido, donde son el archivo y la autobiografía los protagonistas del diálogo en torno a lo común.

Nos reunimos en la Quinta Vergara, donde, más tarde me cuenta, está ambientado Confesiones de bosque.

IDEARIO

–¿Cuál es el origen de tu vínculo con lo gráfico/plástico?

–Es interesante la pregunta porque, en general, cuando se la hacen a las personas que se dedican a la gráfica suelen responder: «Sí, yo desde pequeño dibujaba» o «Yo de pequeño creaba» y, si bien es cierto, mi primera aproximación con la creación como tal tiene que ver con las palabras. Lo primero que hice fue escribir; mas también en el escribir hay un dibujar: escribir es dibujar. Entonces, si bien escribía harto, también hacía dibujos asociados a esa escritura como un testimonio gráfico, siento, desde esos lugares.

–¿Desde dónde entiendes lo común?

–De partida, estamos dentro de un sistema capitalista patriarcal, entonces nos suceden cosas en común, totalmente, desde el abuso a las opresiones (claro que no hay opresiones que vivimos todes, según los cuerpos o racializaciones que vivimos y habitamos, de dónde venimos). Así, hay caleta de narrativas que se asemejan, ¿no? En mi caso, este último tiempo he estado revisando la narrativa de hijes de la izquierda. Hijes de esa generación de izquierda, exiliada o no, pero militante. Claro, me pasaba que de ese tema en específico no hablaba para nada y casi nadie habla de ello. Uno piensa que es algo individual hasta que hace poco, a través de unas experiencias de compartir esa memoria, me di cuenta –nos dimos cuenta, con esas otras personas– de que era algo completamente en común, o sea, todes habíamos vivido ese tipo de opresión, el silencio, el miedo, la persecución y la introversión, no compartir información… Creo que ahí aparece, tiene que ver con el sistema en que vivimos.

–Si escribir es dibujar, ¿cómo se ha ido construyendo tu lírica?

–Me pasó que durante mucho tiempo no tomé en cuenta la imagen. Después, cuando la imagen se volvió más predominante, dejé atrás la escritura (…). Hay gente que trabaja más con el relato de otra persona y trae las imágenes de ese relato, mas personalmente me pasaba que escribía cosas e iban apareciendo ciertas imágenes, y al írselo compartiendo a otres, me decían: «Pero tú escribís, en verdad, también escribes» y eso es una gran potencia. Entonces, van a la par, van de la mano, finalmente. Trabajo harto con los relatos de otres, como en Relatos volcánicos o en Nostalgia de una vida que no recuerdo haber vivido, que es con el relato familiar desde mi interpretación, entonces la poética se ha ido agarrando de la imagen y creciendo juntos.

–¿Cómo se reconstruye la simbología?

–Harta de la simbología tiene que ver con patrones que aparecen en cerámica o textiles, eso ha sido harto de lo que he visto y me ha hecho sentido. También porque si miramos atrás, los rombos siempre han significado algo; los triángulos, los cuadrados. Es como en los jeroglíficos: las primeras escrituras fueron símbolos. Entonces, no hago esa traducción directa de decir: «Ah, el cuadrado significa tal cosa» o «El rombo es esto otro», sino más lo que me va haciendo sentido a la hora de dibujar. La simbología, así como tal, geométrica, la he explorado más en el tatuaje porque el tatuaje históricamente ha tenido esta carga de rito o de traer fuerza o de representar algo en específico en las corporalidades. Ya en la ilustración siento que se desborda un poco más eso de lo geométrico y puede aparecer más una imagen, un cuento o un paisaje.

–¿Cómo te entiendes en el arte en este momento?

–Me genera un poco de controversia en general porque tiene que ver con la identidad, más aún si lo que hago de manera gráfica para mí tiene que ver, de alguna manera, con un sentido de servicio social, por lo mismo que decía en un principio de que los temas que trabajo tienen que ver con el territorio, la memoria o los contextos sociales que estamos habitando. Últimamente me he atrevido a hablar de manera más personal de cuestiones que siento que, como esa frase tan usada, «lo personal es político». Creo que antes no me atrevía tanto a trabajarlas porque tienen que ver con hacerse ver une misme, mas sí de a poco he estado haciéndolo y me he dado cuenta de que encuentro bastante resonancia desde el otro lado, sobre todo con este último libro objeto sobre un tema que antes no me había atrevido a abordar. Me daba pudor, me daba nervio, también miedo, y la verdad es que es algo que ha resonado caleta con la gente porque es una experiencia en común. Creo que todos lo somos dentro de lo creativo, no siento que sea une y su autoría, sino el servicio que se puede entregar, como un puente.

PROCESOS

En calle Villanelo, en el centro de Viña del Mar, antes de irse al exilio sus padres tenían un negocio fotográfico llamado Etiene. Pese a que Mar no alcanzó a conocerlo en persona, es desde ahí donde surge su vínculo con este arte. Su actual cámara es la que usaba su madre para registrar su vida en Alemania, el lugar donde Mar nació. Fue así como se fue generando el archivo utilizado en el libro objeto, entre los años 1992 y 1997, revelado principalmente en diapositivas.

–¿Cómo percibes a través de ese trabajo la familia?

–Es lo más próximo que tengo. Personalmente, la figura familia ha estado lejos, ha estado cerca, ha estado lejos, como en un ir y venir. Sobre todo, desde la memoria del exilio no se habla mucho en la misma familia, entonces no es algo que yo, como segunda generación, hubiera reconocido tanto en mí. Con este trabajo personal que he estado haciendo, obviamente de terapia y de un montón de otras cosas, aparece un «Ah, en verdad esto nos pasó», «Ah, en verdad fueron exiliados», «Ah, en verdad fueron torturados», que claro, están en un título, pero no en profundidad ni en lo que desbocó ni en lo que fue generando. Recién hace muy poco tiempo con este proceso que hicimos colectivo pudimos identificar que teníamos estrés postraumático, porque eso  pasa con este tipo de desplazamientos y torturas, entonces también hablar de lo familiar en este libro me pasó cuando estaba haciendo este libro objeto. Igual me cuestionaba por qué hablar de esto cuando podría estar hablando de, por ejemplo,  el robo del agua o de otras cosas. Creo que viene a recuperar una identidad y a reconocerme y reconocer a los otros en ello. Porque además es una vida: yo nací allá, estuve en el exilio allá y después, lo que sucede con los exiliados que retornan o de migraciones que retornan al país de origen es que te exilian a ti de vuelta, esa era tu identidad y después tienes que cambiar de nuevo tu configuración. Además, en el caso de mi familia, está esa narrativa idílica de lo que fue vivir allá. Era un sistema que te proveía de las cosas básicas, lo pasábamos tan bien, había tiempo del ocio; todo eso lo veo a través de las fotos, ese fulgor en lo familiar, y es una nostalgia. Aunque no recuerdo haberlo vivido; ahí aparecen conceptos como la posmemoria, que es cuál es tu memoria y cuál la que se construyó a través del relato.

Justamente el formato en diapositivas es algo que dificulta la accesibilidad al registro fotográfico, ya que requiere de un proyector para observarlo en plenitud. Es por ello que le artista no recuerda imágenes suyas durante la primera infancia. Para poder acceder a las fotos se consiguió un proyector, fotografió la proyección, desarrolló el negativo y lo reveló con la técnica de cianotipia.

–¿Cómo estructuraste este relato, entonces?

–Las fotos que elegí para este libro objeto tienen que ver con esa cotidianidad y esa fantasía de lo idílico. Son fotos donde está todo pasando, donde hay puras sonrisas. Luego, como fue un proceso de muchos traspasos y esto fue en cianotipia (…), empezó a pasar que esta foto era mía y no salió, pero hay otras que salen muy distinguidas y es por temas de papel, de emulsión o de cómo imprimí el negativo. Empezó a aparecer esa dimensión de lo borrado, como que no es concreto, es efímero.

¿Tienes un plan de circulación para el libro?

–Me lo he planteado. Justamente, como te contaba de los libros objeto, este año me ha dado por explorar su capacidad de experimentar con las formas de encuadernación o de impresión, más aún si quiero hacerlo circular. Me he estado preguntando si hacerlo en riso, que se asemeja mucho al azul, pero cuando empecé a ver el sistema de impresión, la riso que conozco, que es la que tienen les cabres de [Taller] Cerro, tiene cierto límite de formato, entonces habría que volver a configurar el trabajo, y tampoco llevaría estos detalles de las costuras ya que es mucho trabajo. Entonces quizá se traduzca a una tira o dos tiras más largas, mas sí, me interesa hacerlo circular. Me da nervio o pudor porque son imágenes familiares y es brígido mostrarlo afuera (…), pero últimamente he estado revisando harto sobre el archivo familiar y viendo muchos trabajos al respecto; y como que ya que me conmueve, entonces por qué no hacer correr este.

–En general, ¿cómo han sido tus experiencias de materialización de tus trabajos?

–En general, esa es la parte más compleja. Lo que he hecho ha sido desde mis propios fondos, haciendo las series de copias. También hay harta cooperatividad, por ejemplo, esto lo hice con Karina Aliaga, que es de Cerro, entonces se generan nexos con ciertas imprentas o editoriales que apañan en poder hacer una serie de cosas, difundirlas o reproducirlas. He pensado harto sobre la venta en verde de algunas publicaciones, que se pague antes para poder asegurar una serie de ejemplares y poder moverlos, también por el hecho de trabajar con ciertos tirajes primero (…). treinta o sesenta copias. Personalmente, lo que hago con las publicaciones es que junto plata cuando las estoy trabajando, voy apartando dinero de los otros trabajos que hago, entonces cuando llega el momento de imprimir tengo esa plata reservada para sacarlas adelante. Sí, es complejo. En las publicaciones, al menos, no siento que sea un lugar del que provenga una retribución económica directa, sino que trabajo para poder sacar publicaciones. Por lo mismo, me gusta trabajar con otros, publicar a amigues (…), hacer proyectos en conjunto.

–Quiero volver sobre lo cooperativo, porque hablas harto de lo común, pero te autofinancias, te autopublicas, te llevas la mayor parte del trabajo.

–Creo que es el momento que estoy viviendo de compartir y colectivizar más. Ahora con otras compañeras hicimos el proyecto Hilar Ediciones, que se pensó como una editorial en la que publicáramos desde nuestros trabajos a los trabajos de otres, y siempre les digo a mis amigues que escriben que podríamos publicar sus escritos. Por eso decía que, para mí, la gráfica es un servicio, porque es algo que sé hacer y me interesa que sea un lugar donde pueda caber el trabajo de otres.

Actualmente, Mar Lemus se encuentra trabajando en la publicación de Relatos volcánicos, su proyecto de tesis: un compilado de catorce testimonios en torno a experiencias con volcanes o, como elle lo llama, «la recuperación de la memoria eruptiva» de distintos territorios, dentro y fuera del país.

(*) Fotografías por Kika Francisca González.

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