Las imágenes de Carolina Agüero nos muestran vidas marginales porteñas plasmadas en un fotolibro compilatorio.
Retratos y texto por Kika Francisca González
Carolina Agüero es artista visual. Lleva trece años documentando la diversidad porteña a través de la fotografía con una mirada crítica y sensible. Sus cuestionamientos y ganas de acercarse a mundos que siguen siendo desplazados provienen de su observación y convivencia con la marginalidad, junto con la necesidad de generar reflexión en una sociedad a la que le es fácil fingir apertura mientras sigue perpetuando la violencia y desigualdad. Su habilidad de traducir el dolor en imágenes íntimas y atrevidas –y la capacidad innata de ver la belleza en lugares donde muchos no quieren verla– surge de la complicidad, respeto y cariño con los que se vincula con sus retratadxs.
Su trabajo más reciente, Recopilación fotográfica de la identidad local de Valparaíso, es un fotolibro compuesto por tres tomos: «Utopía: mi cuerpo no es mi cuerpo», «La imagen imperfecta: entre tu palabra y la mía» y «Evolución en terciopelo», producción construida a partir de años de seguimiento y documentación del proceso de transformación de quienes voluntariamente han decidido contar su historia a través de los ojos de Carolina.
Conversamos sobre su último lanzamiento y las circunstancias que llevaron a su materialización.
–Todas tus producciones fotográficas están muy vinculadas a realidades silenciadas, ¿puedes identificar qué te lleva a captar esas historias?
–Yo creo que todos los artistas hablan desde su propia vida o desde su propio diario de vida. Siempre viví sola con mi mamá en esta ciudad porque toda nuestra familia vive en el sur, en Puerto Montt, Castro, Coyhaique; somos las únicas acá. En Viña vivimos harto tiempo, desde mis ocho años hasta mi adolescencia, y cuando mi mamá se fue a trabajar al norte yo me vine a vivir a Valparaíso. Siempre he estado entre aquí y el sur. Toda mi vida vi lo difícil que era para mi mamá ser mamá soltera, lo difícil que era para ella trabajar, la discriminación que sentía que había hacia ella cuando nos veían solas. Mi mamá me mostró desde chica muchos mundos: ella tenía un amigo transformista y una amiga, que ya falleció, que también se había operado el cuerpo, entonces, de alguna forma, mi mamá me mostró todo eso. Y me decía: «La vida es diversa, hay muchos mundos, hay muchas cosas, pero las condiciones humanas no dejan que las personas sean felices para vivir.» Y sin querer, se me fueron presentando todas estas cosas de nuevo en el camino, por eso creo que desde ahí yo fotografío lo que fotografío.
–Tu trabajo se centra en Valparaíso. ¿Por qué decidiste quedarte y retratar las historias de este lugar en particular?
–Cuando vine a Valparaíso se me abrió todo un mundo diferente. Me fui a vivir con unos compañeros a la Plaza Echaurren, en Cajilla. Detrás de esa casa vivía una pareja que eran el Nano y la Clarita. Clarita era prostituta, el Nano había salido recién de la cárcel. Empecé a retratar la vida de ellos y después la vida nocturna del puerto. Entré al mundo de los transformistas y, a la vez, empecé a retratar todo lo que pasaba alrededor, en ese tiempo con el Ejército de Salvación. Todos decían que retrataba aspectos superfeos de la humanidad.
–¿Quién te decía eso?
–La mayoría de la gente me decía que por qué no sacaba fotos más lindas, porque las que hacía eran como de la precariedad, de la pobreza, y yo no sé si lo encontraba feo o bonito, pero a mí, al menos, me agradaba sacar esas fotos, en esos espacios y en esos lugares. En el año 2014, si no me equivoco, hubo un taller que dictó Claudio Pérez, un fotógrafo chileno de la dictadura. Yo mostré mi trabajo del Ejército de Salvación y sí, las fotos en realidad eran bien mierda, entonces era la mierda de la mierda y él me trató supermal, me dijo que yo era muy irrespetuosa con la humanidad, que no pisaba la mierda sino que me sumergía en ella, que cómo podía hacer esas fotos, que tenía que hacer fotos de estudio y no documental.
»El mundo de la fotografía es supermachista, siempre han existido más hombres que mujeres, entonces en todos los espacios en los que quieras estar de fotografía siempre el que está de cabecilla es un hombre, y como que te estorban, no te dejan entrar, como que las minas teníamos que hacer fotos de estudio, fotos bonitas, no podíamos ser este otro lado de la vida.
–Tu quehacer fotográfico tiene mucho de investigación, ¿tienes una forma de acercarte?
–Bueno, sí, con los chicos transgénero, como siempre cuento. Denis era un chico que trabajaba en Máscara, el primero en cambiarse el carnet. Acá en Valpo había muy pocos que se operaban los senos, eso fue en 2012 o 2011. Le dijeron que yo tenía un estudio fotográfico y me pidió que le hiciera unas fotos donde se viera masculino, porque necesitaba mostrárselo al juez para poder cambiar su identidad y que le dieran su carnet. Ahí empezó todo. Lo vi y dije: «Aquí hay algo», y esas son las primeras fotos que le hice a él (apunta una fotografía en la pared de dos chicos trans con el torso desnudo). Así empecé con todo esto de la investigación del transgénero, de su existencia y de la discriminación que sufren. Después me enteré de que eran más, vi que estaban protestando en redes sociales y les escribí para saber si querían ser parte de este proyecto y contar su historia.
–Y en general, ¿el resto de tus trabajos los llevas de la misma forma?
–Con las chicas lesbianas hice un llamado. En esa época tenía una amiga que estaba dentro de la agrupación Rompe el silencio y ella trajo a muchas chicas. Yo también tenía amigas, por eso lo hice, tenía amigas que estaban siempre ocultas o vivían lejos de su ciudad natal, tenían miedo de contarles a sus papás, y eso que ya éramos grandes… Entonces hice un llamado y me ayudaron a llegar a más chicas lesbianas. Hay muchas que dicen que ojalá vivieran libres, pero no pueden porque son parvularias, porque trabajan en un banco, etc. Tengo dos amigas que eran novias, vivían lejos de sus ciudades porque no podían decirles a sus papás que eran lesbianas, ya eran profesionales, trabajaban, y aun así seguían escondidas, pero viviendo juntas. Ahí te empiezas a dar cuenta de los temores que existen dentro de todo esto y por eso tuve que hacer una investigación, tuve que preguntarles, porque no es que pueda llegar y hacer un retrato.

Recopilación fotográfica de la identidad local de Valparaíso
–¿Podrías decir qué conecta los tres trabajos compilados en el fotolibro?
–La conexión que tienen los tres fotolibros es lo que hablamos sobre los derechos humanos, porque los tres hablan de diferentes vidas relacionadas con la discriminación. Mi idea es que pueda llegar a los colegios y que los niños se puedan educar, por eso los hice juntos.
–¿Crees que, desde que empezaste estas investigaciones hasta ahora, ha habido algún cambio?
–Desde el año 2008 hasta ahora sí ha habido un gran cambio. Ahora se pueden cambiar la identidad, lo que me parece bacán, si tienes plata te puedes operar también y sacarte los senos o lo que quieras, porque antes tenías que estar dentro de una lista con la aprobación de un psicólogo y sólo cuando un abogado decía que sí, recién te podías operar. Entonces sí, en poco tiempo ha habido un gran avance, aunque aún sigue la violencia, la humanidad aún no ha cambiado. Existe todavía la violencia, el machismo, como te decía hace poco. Las chicas a las que el fin de semana golpearon dentro de un hotel, ¿por qué? ¿Por qué golpearlas? En la sociedad yo no veo cambios.

–Hablemos de la forma en que están hechos los fotolibros. En la «Imagen imperfecta» están estas imágenes intervenidas por textos, me imagino que son textos que escribieron las mismas chicas. ¿Eso es algo que piensas de antemano o que va surgiendo mientras trabajas?
–La edición de los fotolibros la hizo la Paula López Droguett y la diseñadora fue la Vero Garay. A la Paula se le fueron ocurriendo todas estas cosas como de la intervención. Yo quería mucho que se mostrara la foto análoga, que para mí es importante, porque mis inicios dentro de la fotografía fueron con cámara análoga. Me ha pasado varias veces que he perdido discos duros, por lo que he sufrido mucho con lo digital. Volví a retomar lo análogo y creo que ahí empecé con esto que había perdido, que es la fotografía mental. Siento que la analogía genera un contraste diferente en el retrato. Es inesperado porque no lo ves, no sabes si lo expusiste bien, y eso es lo bacán de lo análogo, que tiene errores. Me encanta que se muestren los errores y no sólo lo perfecto. En cambio, con lo digital tengo más posibilidades de repetir, de ver la luz, tanto natural como de estudio.
–De «Utopía» me llamó la atención el uso de los elementos relacionados con la identidad y el proceso de cambio: jeringas, hormonas, el archivo fotográfico, el diagnóstico de disforia de género… Creo que es distinto a los otros fotolibros, donde no hay tantos elementos.
–Agregué los elementos porque mi idea siempre fue educar, que la imagen educara a las personas, hacer que lo entendieran. Por eso, era importante mostrar el proceso por el que ellos pasan, como, por ejemplo, la testosterona, lo que usan para ocultar sus pechos, el cambio de pene a vaginoplastia; tienen que armarse y hay varios elementos que no se conocen. Es necesario mostrar eso y hablar desde sus archivos, desde su nacimiento, desde lo que eran a lo que después son, para que la gente entienda que tuvieron crianzas normales, que no son anormales, por eso empecé a trabajar desde el archivo, desde cuando eran niños.
–Dentro de ese mismo libro hay dos fotos que me llamaron mucho la atención: las manos manchadas de sangre y la quema de una fotografía de infancia. ¿Me puedes contar un poco de eso?
–El archivo que ocupé de las manos con sangre son unas fotos que Canela viralizó en redes sociales. Salió en un canal de televisión hablando sobre la violencia e hizo mucho ruido. Ahí fue cuando me mandó estas fotos toda manchada de sangre, golpeada, tenía la cabeza rota… Esa violencia la ejecutaron con su cuerpo estas personas que decidieron golpearle sin que hubiera robado la botella de pisco, como decían. Por eso las pongo, casi al final, porque siento que es interesante que la gente se impacte al final, que sepa que la violencia está constantemente afuera.
En la foto de la quema, Lucas quiso hacer un acto de rito. Tengo una obra que se llama «Paisajes de ritos» que está enfocada en un bosque, en el tranque La Luz. Todos los personajes a los que llevé, a las chicas y chicos, son personas que, de alguna forma, no están contentos con la sociedad y son muy drogadictos. Yo quiero que estén dentro de la naturaleza y que se despeguen naturalmente, por eso se llama paisajes de ritos. Ahí Lucas me dijo: «Caro, yo vi unas fotos tuyas, me gustaría hacer un acto de rito». Fuimos al bosque y entonces él escribió una carta despidiéndose de Constanza, que era su antiguo ser, y escribió de lo que despedía de Constanza, entonces lo selló y quemó este papel, así como una foto de cuando él era guagua, en un acto de sanación.
–En «La imagen imperfecta» el beso oculto tras la cortina me pareció una imagen muy hermosa, pero que también habla mucho de cómo viven su sexualidad, de forma oculta o reprimida.
–Esa imagen la hice dentro de ese proceso en el que estaba acercándome a la intimidad de ellas y les pedí que se dieran un beso detrás de la cortina, porque encontraba que… Yo soy lesbiana, entonces pensaba que no podía hacerles una foto dándose un beso porque si ponía esa foto en alguna parte me daba miedo que alguien las fuera a golpear o que las apuntaran en la calle, o que no les dieran pega, no sé. Como que una se pasa todos esos rollos en ese momento, por eso les dije que se pusieran detrás de la cortina, para no exponerlas tanto.
–Con «Evolución en terciopelo», las palabras de Vanesa resumen superbien de qué se trata cuando se habla de «la ceremonia cotidiana de la transformación». Creo que en las fotos donde estos chicos están tras el escenario se puede sentir esa energía previa a salir, y algo que me llamó mucho la atención de esas imágenes, y que no se menciona mucho en el texto, es que se puede ver el sentido de comunidad.
–Yo creo que eso es lo que más me gusta del mundo del transformismo: la comunidad que generan, la admiración que se tienen ellos mismos. Se cuidan y protegen un montón, se ríen, son felices, es su momento, es el lugar donde ellos se sienten cómodos, donde se sienten felices haciendo lo que hacen, donde nadie los discrimina, donde nadie los mira en menos, y esa energía que se genera con ellos es superlinda. Hay una foto en la que salen con las manos hacia arriba antes de salir al show, se tiran «mierda, mierda», están como siempre con ese acto precioso. Yo me enamoré de los transformistas, parece. Encuentro hermoso el mundo del transformismo, esa energía que tú viste, que sentiste, que la puedes observar. Llega un momento en que ya no quiero sacar más fotos por todo lo que pasa ahí en esa caja, porque los rincones donde los fotografiaba son muy pequeños, son lugares terriblemente pequeños, todo superapretado, pero aun así ellos son felices ahí.
El fotolibro de Carolina Recopilación fotográfica de la identidad local de Valparaíso fue lanzado el año pasado en Judas Galería y en el festival VOLAR de BAJ Valparaíso.
Puedes ver y descargar gratuitamente el fotolibro en la página web carolinaaguero.cl y revisar sus próximas presentaciones en su instagram @carolinaaguero_fotografia
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