Menú
Perfiles

Teresa Wilms Montt: Ex femme fatale

Advertencia: este es un ejercicio espejo. Se pone a disposición el cuerpo, un poco de astrología y la percepción (no tradicional) para perfilar a una «otra», que ya no está, por medio de un «yo», que coincidentemente camina en los mismos lugares donde alguna vez, también, deambuló la escritora.

Por Tabata Yáñez

El sol miraba su reflejo en el horizonte cuando Sagitario se posó allí. Era 1893, 8 de septiembre, en Viña del Mar. Nacía Teresa Wilms Montt a la par de las construcciones de la calle Arlegui, entre el cerro y la plaza. Mil cuatrocientos y tantos habitantes ya paseaban en lo que ahora es el centro.

Tal como anunciaba la postura de este signo, Teresa debió haber crecido motivada por la trascendencia, el conocimiento y la expansión, probablemente aprendiendo a incorporar una energía que la alejaba de su entorno, forzada al movimiento.

Sencillamente se la podría imaginar en el jardín de su «casa blanca, estilo inglés» (como escribe Alejandra Costamagna) en Viana, esquina Traslaviña, tratando de ignorar el exterior, sabiendo que sucumbiría a él tarde o temprano. Más adelante, después de dejar Chile, escribirá en un poema, por ejemplo: «Nada, cansada de correr por los espacios y de penetrar en los subterráneos del mundo, en un afán de olvidarme de mí misma, termino en mi propio corazón».

La escena seguiría así: ella leyendo a escondidas, pero siendo desconcentrada por el ruido de los caballos que acarreaban a la aristocracia viñamarina. En medio del pasto y las flores húmedas, acostumbraría a usar algo abrigado para protegerse de la vaguada costera que envuelve siempre a esta ciudad.

Saldría de cara a la gran avenida sintiendo el fresco, el olor del mar, que cruza Recreo y el cerro Castillo. Habría paseado hasta Álvarez y un poco más allá divisaría el estero Marga Marga, tan fértil, aún húmedo, que quizás verlo hoy le hubiese irritado de nostalgia.

Nacer en un lugar ya en ese tiempo mentiroso, de sed provinciana, caló en su escritura –para la época, rupturista–, ayudando a que fuera todavía más reflejo de la pena que no la soltaba. Eso explicaría que, con el paso de los años, escribir arrancándose el alma fuera una estampa de su obra completa.

Sus poemas son «…un cuerpo abierto que transgredió las normas sociales (…) sus escritos son, además, un artefacto para ofrecer una visión simbólica, nueva, sobre el cuerpo e identidad de mujeres (…) el cuerpo de la mujer, la mujer castigada por los hombres, es reclutada en un convento, separada de sus hijas y acusada de adulterio…», contarán literatas españolas en una mesa redonda sobre los diarios íntimos de Teresa Wilms Montt en el Instituto Cervantes de Madrid.

Hasta Europa la llevaría su ascendencia sagitariana. Sola. Antes fue a Estados Unidos, donde se le acusó de ser espía. Sola. Y mucho antes, a Buenos Aires, que la acogió mejor: le concedió un amor al que apodó Anuarí. Sola pero con amistades. Aunque primero, antes que sola, vivió con sus hijas y amarrada a un esposo en otras dos ciudades: Valdivia e Iquique, siendo este último lugar donde publicó por primera vez.

1912. El suelo polvoriento, plano, de tierra gris, debió haberle pintado los zapatos mientras caminaba por Baquedano hacia su hotel de mala muerte; el desierto que nunca ha escatimado, sin importar la clase, ensuciar cada atuendo. Habría aguantado el sol fuerte y el calor seco, tendría quemaduras en la piel blanca.

Fácilmente se la podría haber visto resaltando en medio de los cerros pelados, entrecerrando los ojos celestes, tapándose la cara –que todos le halagan– y el pelo dorado –del que todos hablarán–, deshidratado por la sal. Teresa recordará a Iquique en sus diarios íntimos:

Escribía para los diarios, daba conciertos. Mis visitas eran a los hospitales, a las imprentas, acompañada de una tropa de médicos pijes y de pijes sin oficio, que me adulaban y ponían por las nubes. Entré de lleno a esa vida que no conocía y que me era interesantísima (…) Es cierto, mi temporada (tres años en el norte) constituyó una gran experiencia… allí aprendí a vivir la verdadera vida. Conocí lo que es para las mujeres de mi clase un misterio, la verdadera miseria material y moral; los corazones y las pasiones bajas, mezquinas, y grandes los vicios… Y todo lo que conoce un hombre. Mi alma salió pura de prueba, pero asqueada y con un fondo de amargura eterna.

Se sabe que la tendencia de su ascendente, un fuego mutable, impone experiencias como aprendizajes en torno al viaje y que las personas, usualmente, caen en la trampa de huir del dolor. Teresa escribió bajo una atmósfera con esta particularidad. Sin importar la ciudad de turno, insistía en comprender la vida y la muerte, el dolor y la tristeza, por separado.

Deseando lo uno o lo otro, su mayor desafío fue entender que ambas cosas coexistían en una sola realidad, la suya, que trataba de interrumpir voluntariamente dando alertas rojas. En un par de ocasiones quiso suicidarse, a la tercera le funcionó. ¿Habrá aprendido alguna lección?

Ven, muerte, luminosa. Con santa piedad cierra mis párpados quemantes; sella mi boca para que cese de imprecar; purifícala, como a Isaías el leño encendido; calma la fatiga de mi cuerpo, y con tu bálsamo de nieve alivia el dolor de mis pies mutilados.

Ven, muerte, y dame el supremo abrazo que hace majestuosa a la criatura miserable.

Ven, muerte, a libertar mi cuerpo de su yugo espiritual.

Quiero volver a la tierra, confundirme con el polvo, fecundar sus entrañas con mi sangre, y sentir sobre mi piel su noble caricia perfumada.

Quiero que penetre en mis huesos el agua de los ríos, para que a ellos lleguen a refrescarse los gusanos.

He de ser la hierba humilde que embellece los campos, y la piedra donde reposa su cabeza el exhausto peregrino.

He de ser manantial donde vaya a apagar la sed el rebaño y donde se miren las nubes blancas, que van deprisa.

Mis brazos se levantarán, como gatos florecidos a bendecir el azul; mis piernas serán dos sólidas columnas que servirán de apoyo a las flores trepadoras; y mi cabeza, todavía gloriosa de pensamiento, se erguirá en forma de laurel que brinde ilusión y dulzura a las almas solitarias.

¡Ven, muerte!

Ansío sentir en las llagas del pecado la santidad de la tierra que me cubra.

Que mis ojos cansados de mirar horrores se diluyan en lágrimas eternas.

¡Ven, muerte, acúname en tus huesudos brazos: dame el beso del olvido!

Leo, de fuego fijo, simboliza el momento en que la energía se manifiesta en patrones radiales de la creatividad, apunta un astrólogo. Alguien con la luna aquí, como Teresa, goza de una capacidad expresiva envidiable, profunda, por eso es usual en artistas. No es casualidad, entonces, que de ella haya surgido el talento innato para exteriorizar en palabras un sentimiento creativo y al mismo tiempo fuerte, autónomo, golpeador. Habría que tener, en su justa medida, un lado combatiente para llamar, en esa época, a la muerte con tanta soltura.

Se puede interpretar que el dolor de una luna en Leo nace por el malentendido de la adoración como afecto. Sin embargo, quien quiebre esta fuerte dependencia emocional hacia la aprobación de los demás logrará alzar una libertad expresiva y gozosa independiente del reconocimiento. Al parecer, Teresa/Thérese/Tebal/Tebac/Teresa de la Cruz esto lo supo llevar a su modo y funcionaba, de ahí el despliegue de su talento al escribir con una agudeza que cortaba.

No se podría asegurar que le diera lo mismo la opinión del resto ni que sus relaciones se estropearan por eso. Pero la difamación tampoco le impidió escribir lo que escribió.

Mujer villana, madre ausente, infiel. Se podría haber mantenido en el anonimato, rendida ante las tragedias de su vida acomodada. Nadie la hubiese culpado. En cambio, decidió publicar, quiso ser vista y leída. ¿Se hubiera imaginado ella que años después pasaría de femme fatale a ícono de empoderamiento casi feminista que guarda un puesto entre las páginas de Memoria Chilena, Mujeres Bacanas y casillas estéticamente manoseadas en Pinterest?

Conquistó la autonomía que pudo de acuerdo a lo que tenía en el entorno que le tocó, siempre apalancada por una ascendencia sagitariana. Teresa Wilms Montt no fue puro fuego, sino también tierra: sol en virgo. Esa energía vital, mercurial y mutable debió entregarle un juicio afilado que no sólo aplicó para el resto, sino para ella misma.

Sin mucho esfuerzo podríamos situarla en cualquier lugar caminando sola, tal vez releyendo sus propios poemas. La Quinta Vergara pudo haber sido un buen paseo. Es cosa de imaginarla allí, yendo lento, con el papel bajo el brazo, oculto un poco en la ropa elegante para que nadie notara que una mujer como ella leía. Habría hablado bajito pero con énfasis, así nadie escucharía mientras trabajaba en los detalles de algún verso.

(*) Ilustración de Vladimir Morgado.

Sin comentarios

    Leave a Reply