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Perfiles

Natalia Berbelagua en el más allá

Un recorrido por la obra fusionada con la vida de una de las principales escritoras de la región.

Por Valentina Labbé

Natalia se despertaba por las noches ensordecida por voces locas, chillidos de yeguas, crujidos de dientes y lamentos fantasmas. Creció en lo que le gusta llamar el subconsciente de Santiago, rodeada por el psiquiátrico, el cementerio general, el servicio médico legal y el hipódromo. Entre objetos antiguos y muebles heredados, Natalia estimuló su imaginación evocando vidas pasadas y ajenas. Su madre, agente de viajes, la estrelló contra Valparaíso, ciudad que la iniciaría en un viaje flotante. Natalia fue envuelta por nuevos chillidos, brisa marina y olores callejeros. Natalia habitó dando giros entre la Plaza Sotomayor y Almirante Montt, le gustaba pasear por el Almendral y la feria de la Avenida Argentina. Le dio tantas vueltas al puerto que se lo aprendió de memoria. Un domingo me desperté con ganas de caminar y salí instintivamente hacia el cementerio de Playa Ancha. Desde lejos vi que Natalia estaba sentada afuera, al lado del puesto de coronas y remolinos vendiendo flores para muertos ilustres y placas. Me acerqué para ver lo que escribía en las placas y vi que contenían nombres con sus descripciones. Busqué Valentina y decía que era adicta a la bohemia, buena para el garabato y las ofensas y que mi carácter era parecido al huracán Katrina. Le pregunté si podía adivinar más cosas, respondió que la gente piensa que por ser escritora tiene que ser inteligente todo el tiempo. Tomó una piedra que tenía tallada la palabra vida eterna y me la estrelló en la cabeza. De repente se hizo de noche y estábamos recorriendo la avenida Alemania. Llegamos al mirador Camogli y estaba lleno de gente riendo y llorando, a carcajadas ambas cosas. Natalia optó por reír y yo por llorar, me dolía la cabeza y ella me invitó a su casa, un edificio vacío que habitaba sola, detrás de sus paredes chillaban miles de crías de ratones, yo me estaba empezando a irritar y le pregunté a Natalia a qué hora me leía la suerte. Sacó su tarot de ínfimas cartas y me puso una sublingual que me mareó y me hizo apretar los ojos. Cuando los abrí aparecimos en una fábrica de juguetes abandonada, desde la ventana se veía su edificio justo en frente. Dijo que el lugar estaba vacío y podíamos hacer lo que quisiéramos, probé tantos juguetes como pude, pero el entusiasmo me duraba poco. Comenzamos a pisar ratas para divertirnos. Natalia me dio un vaso de aguardiente, me tomé cuatro y volví a jugar como una niña, vi cosas que no veía cuando era adulta. Estaba oscuro, Natalia me decía que saliera de ahí, yo le respondía: no recuerdo nada. Salgamos, insistió y me llevó a un bar lleno de ancianos bebiendo. De pronto me sentí mal y sin memoria, ella dijo que así pasaba, que el hilo narrativo desaparece, que mejor vomitara. Me acompañó al baño y había una fila muy larga, me asomé por la puerta y había una orgía de jubilados. Sugerí que encontráramos un baño en la calle. Nos pusimos a subir el cerro Concepción porque Natalia me decía que era un lugar mal iluminado donde había panaderías, peluquerías y cybers, así que de noche estaría vacío. A medida que subíamos el cerro se volvía cada vez más luminoso, daba la impresión que era de día, había turistas sacando fotos a las ventanas, las casas eran hoteles y las tiendas vendían suvenires, de pronto alguien se aproximó corriendo y le dio a Natalia un cachazo en la cabeza. En la urgencia me preguntó quién era, le dije que era Natalia, me preguntó que significaba le dije que no sabía y me encerré en un tubo cálido y húmedo, ella contestó que aún tenía ganas de mear. Yo la escuchaba de lejos y ya no podía ver nada, me decía que me apurara, pero no recordaba el camino, me gritó que abriera los ojos. Cuando separé los párpados me vi flotando en agua, me di la vuelta de cabeza hacia un remolino luminoso y me entregué a la succión. El tubo me hizo sentir triturada de pies a cabeza, cuando por fin salí estaba morada y bañada en sangre. Mientras, Natalia meaba sin parar atrás de una tumba. Cuando terminó le pregunté si se sentía bien, me dijo que sí, pero que ya tenía que irse y avanzó por un camino en forma de cruz. Caminó un trecho a través del erotismo, se detuvo en el trabajo para soportar la espera, pero era tan larga que tomó un atajo hacia las perversiones, se rozó con el absurdo y decidió correr hacia la bella muerte. Le grité para detenerla, me dijo que no iba a saltar, que me acercara a ayudarla, caminé hacia el borde de la fosa sobre la que estaba parada, miré hacia abajo y vi los cuerpos amontonados, nos pusimos a sacarlos para separarlos, dijo que teníamos que hacerle un velorio a cada uno, que esto no iba a ser como con la peste. Desde el cementerio veíamos como la ciudad era consumida por el fuego rápidamente. Natalia me pidió que metiéramos a los muertos en un mausoleo que por dentro parecía un laboratorio, me hizo inyectarles un líquido rosado a todos los cuerpos mientras ella llenaba las fichas, cuando estaban todas listas nos dio la bienvenida al Movimiento de Azotadoras Radicales Armadas de Valparaíso. Nos informó que la ciudad estaba siendo destruida nuevamente y que tendríamos que hacernos cargo de su reconstrucción. Nos leyó las reglas; ser azotadoras, nunca azotadas, ser crueles, hacer justicia en las calles y perder el miedo. En resumen, azotar a cualquier abusador, violento, cerdo y uniformado que encontráramos. Únicamente las que cumplieran las reglas tendrían derecho a la borrachera. Todas salimos de cacería y volvimos llenas de ofrendas. Cuando salió el sol Natalia nos invitó a pasar la caña al café Hesperia y nos comunicó que ahora estábamos preparadas para comenzar el entrenamiento metafísico. 

Referencias:

Valporno – Natalia Berbelagua

La bella muerte – Natalia Berbelagua

Domingo – Natalia Berbelagua

Hija Natural – Natalia Berbelagua

Este texto fue desarrollado en la 3ª versión del Laboratorio de Escritura Territorial de BAJ Valparaíso.

*Ilustración de Vladimir Morgado

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