Las reaperturas del comercio permiten volver a las librerías. Ellas dibujan el mapa de una ciudad, Viña del Mar, que con pañito amarillo limpia el polvo escondido tras las cortinas metálicas.
Por Diego Armijo
MOL
Me reí de la fila de similares mujeres jóvenes que, apegadas al muro y dando vuelta a la cuadra, esperaban entrar al H&M del mol más nuevo de la ciudad; Viña. Supe que para entrar y comprar a esa tienda hay que pedir hora.
Siendo borrego, pero para no toparme con la hora de matadero, cuando hay mucha gente y se camina apretado, decido ir temprano. El mol tiene una cámara que lo refleja a uno en una pantalla que decide nuestra entrada. Entro, me reí y soy de los mismos.
Feria Chilena cerrada. Un candado pequeño limita la iluminación artificial de los pasillos lustrosos y el interior oscuro, donde no se adivina el polvillo. Nada de esto impide que la gente doble el cuello a mirar, aunque nadie se detiene.
Dividen a las librerías, la primera ubicada en el segundo piso y la segunda en el primero, unas escaleras que como visillos impiden mirar y comparar precios. Al acercarme a una de esas escaleras entiendo que he perdido la costumbre de subir o bajar. Me quedo mucho rato decidiendo cuál será mi primer escalón.
Antártica abierta. Han actualizado las novedades. Una vez anterior, que pasé fugaz, no era así.
Un cartel, pegado a todos los estantes, pide:
NO MANIPULAR LOS LIBROS, POR FAVOR.
Además de no poder hojear, no poder tocar los libros, sino que tener la certeza altiro, al entrar, de lo que uno quiere; han clausurado el segundo piso del local, en donde está la poesía.
Otro cartel, en la escalera lírica, acompañando de una blanca cadena plástica, pide:
NO PASAR
GRACIAS
La caja ha sido colocada más al fondo que en la anterior normalidad de mol. Escucho que el mol empezará a abrir los domingos, ya que, concluyo, se aproximan las festividades del comercio.
Afuera, un cartel limita a 6 las personas dentro del local. Los trabajadores no se cuentan.
NORTH BY NORTHWEST
Decidido a recorrer las otras librerías del centro, zigzagueando Nortes y Ponientes, llego a Catálogo, en 6 Norte. Aquella, dedicada a las ciencias sociales, en el fondo de un largo patio, pasaría piola, si en la calle no hubiera un cartel, dañado, que avisa:
LI_ROS
Al entrar y acercarme al vidrio, veo que quien atiende, se esconde detrás de un muro, para volver a aparecer usando la mascarilla que no tenía puesta.
Antes, miro los carteles con indicaciones:
Aforo:
UNA PERSONA
*con mascarilla*
Usa el
ALCOHOL GEL
a la entrada
Volviendo a las librerías en cadena, llego al estacionamiento de un edificio cercano a la plaza México, donde está la Qué Leo Viña. Los primeros meses de pandemia obligaron a que cerrara la sucursal, que estaba en avenida Libertad, junto a un café que consumió el espacio librero. Ahora solo con este local, donde un cartel pide máximo 2 personas dentro, atienden dos jóvenes que bordean la pesadez. Chascones y en polera, sin la obligación del uniforme de sus compañeros de las librerías del mol.
En vitrina destacan antiguas novedades, las que aún es posible exprimir. El libro nuevo de Nona Fernández, por ejemplo, Preguntas frecuentes (Alquimia, 2020), aunque está exhibido en primera línea, es tapado por una novela de la premio Nobel Olga Tokarczuk.
CALLE VALPARAÍSO
De mar a cerros, la primera vía que atraviesa calle Valparaíso es Von Schroeder. En sus cercanías se ubican la librería de lecturas escolares Todo Libros, cerrada, con un número de whatsapp en su exterior, quizá para comprar libros o el local en su totalidad. Dando la vuelta está Popol Voh, librería de viejo, que antes, como ahora, parece que nunca abre.
Sigue calle Ecuador, pero allí no hay nada. A esta la continúa Traslaviña, que si uno se acerca a Viana, la calle que direcciona todo lo viñamarino a Valparaíso, se encuentra en esa esquina al Centro de Literatura Cristina y su lema:
LIBROS QUE IRRADIAN LUZ Y CAMBIAN VIDAS.
Cerca, la librería Dante´s y su lema:
EL MUNDO DE LOS LIBROS.
Aquí regenta María Eugenia, quien divide su labores entre ser librera y corredora de propiedades. Su marido, mientras María Eugenia se posiciona detrás del mostrador y su mica transparente, se la pasa barriendo el exterior y cazando clientes. En el interior, altos estantes con libros usados, donde encontrar de todo. Al lado, un sex shop. En la vitrina, la revista de los Masones viñamarinos, cuya sede está a una cuadra.
A esta misma altura, pero por calle Valparaíso, en la afuera de la galería Fontana, esta librería El Siclón del libro. Hace años uno podía revisar los estantes, pero se robaba mucho, entonces decidieron tener todo detrás de mesones atendidos por sujetos bien perdidos. Han mantenido, entonces, las distancias. En el interior de la galería, en su segundo piso, la librería Rincón del libro, nuevos y usados, atendida por una madre y su hijo.
Un cartel:
LOS LIBROS NO SON PARA JUGAR
Entre Etchevers y Quinta, galería Pleno Centro. Por la salida a calle Valparaíso una sucursal de El Siclón, en las mismas condiciones, una persona a la vez. Adentro, la Feria Chilena, esta sucursal, sí, abierta.
Una dama hace de vigía. Tras un escritorio electrónico, donde tiene el control del inventario, interroga a quien vea perdido en su local o al que, a ojo de ella, viñamarina, crea ladrón.
Al lado de su torre, el mueble con la literatura chilena. Un cubo al cual lo limitan cintas que piden distancia y parece que anunciaran peligro. Limitan husmear allí, donde alguna vez encontré un libro de Mariana Callejas. Como la ilustrada asesina, la doña controla los subsuelos de la narrativa nacional.
CODA A CODAZOS
Camino a la librería Acentto ingreso en el pasaje Monterrey, de paso a reconocer el primer hogar de la Bombal. Continuo por el sendero que se transforma en escalera. Ahí un hombre, mentón enmascarillado, junto a una lata de chela, me detiene y habla.
Se apellida Lara, hablando con ladrillos de información, levanta su persona. Así me cuenta que es padre de dos hijos. Quiso casarse con la madre del segundo. Ella dijo no, pues perdería los beneficios económicos de ser hija de paco. Ahora estoy solo. Trabajó en la refinería de Concón. Fue Marino. Las hizo de garzón en todos, dice todos, los restoranes de la zona, también en Valdivia.
—Todo lo que es cocina deja. Estudie, joven, algo con cocina. Hágame caso.
Toma un sorbo de su lata.
—El 10% me lo gasté todo en Valpo. Estaba todo cerrado, sí. No había dónde. Pero igual. En un fin de semana la hice. Ahora espero el otro 10.
Pienso, al seguir el paseo y rechazar el sorbo de su lata de chela que quiso compartir conmigo, en lo que dijo la hija de un animador de la tele, a las cámaras noticiosas, por la muerte de este: “La tristeza de estar tan solos aquí en Viña”.
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