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Crónicas

Ferias virtuales: nostalgia presencial y cercanía digital

Por Javiera Espinosa

La ternura invencible

Años atrás trabajé en la Feria del Libro de Quillota. 3 días de semana, desde las 10:00 AM a las 20:00 PM. Del frío madrugador al calor intenso de las tardes de esa ciudad hecha con cariño. Las mañanas eran lentas. Solo algunos colegios y liceos conseguían llegar en horario de clases, todos como un piño recorriendo y recolectando ideas de qué títulos o ilustraciones podían conseguir sin gastar tanto. Las tardes ganaban un público comprador, espectador y regateador. Sino habían libros, eran charlas, o el teatro lambe lambe de aquella feria.

En el Centro Cultural Leopoldo Silva, antigua estación de trenes de la ciudad, presencié cómo unos estudiantes, todos compañeros de curso, lograron hacer una vaquita y consiguieron Pelota Sudaca (La Pollera Ediciones, 2015) con la promesa de que era un libro compartido, y que la amistad no los traicionaría. También como unxs niñxs de aproximadamente 6 a 7 años, que antes de mirar los mesones con libros, avisaban de un perro callejero que se guarecía de la escarcha en la entrada del recinto. Los mesones no eran tan atractivos, pero la mayoría se acercaba al stand de Editorial Corazón de Hueso, y colgaban sus miradas en las ilustraciones, los mapas de aves, los libros cartoneros preguntando ¿qué me puede regalar? Más de uno alcanzó un marcapáginas. Otros, consiguieron darle cuerda al pollo de juguete que simbolizaba a La Pollera Ediciones, o tantearon más de un libro de muestra, antes que Diego Armijo, mi compañero de mesón, se percatará de sus manos curiosas y miradas exploradoras. Entre ellos, una niña se entusiasmaba con la posibilidad de Un mundo raro de María José Ferrada (Ediciones Libros del Cardo, 2018). Tomó los poemas entre sus manos, mientras observaba a quien al parecer era su madre. Logré capturar con mi celular la secuencia de su ilusión, pero en aquellas fotos sólo se descubrían las miradas de complicidad y promesa de obtener aquel mundo raro.

Mujeres malabareando y apañando         

La pandemia apagó toda posibilidad de presenciar el libro como un objeto de feria, la contemplación de las pequeñas cosas, de cómo creamos nuestra biblioteca con lo que entró por nuestra mirada, por la recomendación ajena o lectura propia. Pero hay quienes no renuncian a la discusión y difusión de lo que significa una feria del libro. En este Valparaíso virtual, Gladys González se alzó una vez más y comenzó a levantar la idea de que la pérdida nunca fue total.

La primera Feria del Libro Independiente de Valparaíso Virtual traspasó el territorio local e internacional. Hasta ahora nos ha conectado con México. Primero con Cristina Rivera Garza, en las presentaciones de libros de Dolerse, textos desde un país herido y La fractura exacta (Ediciones Libros del Cardo, 2019). Después con Jesús de la Garza, quien participó en la presentación y conversación de Frente al Muro del poeta griego Miltos Sajturis (Ediciones Moneda, 2019). Todo gracias al amor y justicia que merece y resiste la cadena del libro en la región. Editoriales, libreros, editoras, diseñadores, cuentacuentos, distribuidores, escritoras no se quedaron atrás, así, sus catálogos y actividades fueron dispuestos en la página y pantalla de las casas.

La idea parece sencilla, todo desde nuestras casas. Nos dispusimos a aprender cómo transmitir la FLIV virtual en vivo, nos ayudó un pastor evangélico en YouTube, divulgaba su palabra desde Zoom a Facebook sin pagarlo; era todo lo que necesitábamos. Sin embargo, solo ocurría cuando la transmisión era inmediata. Encontramos Streamyard y no sabíamos cómo iba a resultar. Nerviosas, le dimos con amor y humor.

Programamos, coordinamos, enviamos correos, enlaces, comunicados de prensa, llamamos; ¿conoces la plataforma? ¿tienes computador o tablet? ¡Lo ideal es que uses audífonos! Revisamos sí los capsulas audiovisuales de cuentacuentos y talleres están visados; que si son los logos correctos, respondimos dudas, presentamos. Mientras algunas charlas coincidían en horario, debíamos estar atentas a dos diálogos sincrónicos. Estamos detrás de cámara, silenciando los ecos de los micrófonos. Más de una vez nos solicitaron tutoriales de cómo acceder a la plataforma. “Hazlo para Humbertito”, fue la expresión de una de las expositoras de la presentación del libro Dolerse, textos desde un país herido.

A nosotras nos devoraban las plataformas y también a quienes eran los invitados estrella de la jornada. Por ejemplo, a Marcelo Novoa no le funcionaba el micrófono cuando debía hablar sobre distopía, ciencia ficción y pandemias. A Julieth Micolta, la traicionó su computador y tuvimos que rehacer veinte minutos de presentación; el público esperó paciente. Mientras tanto se juntaba la conversación con Julieth de antirracismo y autoras afrodescendientes en literatura, junto con el lanzamiento del cuento japonés Bunkuku Chagama (“Felicidad burbujeante como una tetera”) (1889) para Kamishibai (Calcetines Ilustrados, 2019). Por un lado prestaba atención a lo que me contaba Julieth y por otro estaba alerta a cuándo debía aparecer la historia del mapache japonés que se transformaba en una tetera.

A momentos los comentarios o preguntas de quienes observaban las transmisiones en vivo, animaban cualquier percance de los invitados. La incertidumbre constante era que la difusión, el internet o la luz no nos fallaran. La pantalla que en algún momento pareció y parece la competencia del libro, esta vez era y es parte del soporte que hace resistir a la cadena del libro de Valparaíso.

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