El pasado es el extremo de un hilo que cuelga hacia el presente, y, para que este oscile y lo anterior retorne, basta con un pantallazo, foto o tuiteo añejo desde el archivo virtual, que fantasmee algún escape de cordura; o la revelación en totalidad de un enfermizo y blindado pensamiento vicioso.
Por Silvana González
Está siempre la oblea china, de que el lenguaje hace 10 años era diferente al de ahora, pero al menos que yo sepa, el lenguaje es el mismo; las percepciones sí, son las que han mutado o mejor aún: progresado. Heridas, ya no toleran la indiferencia a las reverberaciones que puedan tener los contenidos de machismo y misoginia. Aunque se deshagan en disculpas hoy, libremente cuestionamos el por qué en algún momento, algunos pensaron que estaría bien posicionarse en cierta altura, y hablar o escribir, de las cosas que se hablaron o escribieron. Se entiende a veces, lo rudimentario, pero no desde la posición y seguridad con que fueron vertidas. Demuestran la ausencia absoluta de preocupación, apelando a lo mínimo por supuesto, que puede pensarse antes de manchar el propio expediente con reflexiones erráticas.
No todo son opiniones, aunque Baradit y Francisco Ortega, saben bien, de darse el impulso por medio de comentarios en el pasado, para cavar un hoyo en donde echar sus propios cuerpos. También existe la obra, producida en épocas anteriores y también en esta ─aún─ que merman todo manejo positivo de considerables temas. “La telita/ que te cubre/ los labios no/ da más”, guarro ejemplo del pasado que se me ocurre al voleo en Mujeres perniciosas, de un autor que actualmente se esconde entre las rocas de Concón. Tras una brillante época de ser penosamente rescatado incluso por mujeres, en este momento son poemas corrosivos; pensamientos pedófilos o depravados y esto, así maquillado, se tomaba como mero capricho de la soledad. Que no se malentienda con el conservadurismo; tampoco es que sea un sentido común, (como se lo adjudica el eslogan del rechazo), pero los límites se han ido replanteando, para establecer el cortafuego entre lo pictórico, y lo abiertamente nefasto. Lo aparentemente inofensivo, suele devenir en lo que terminará siendo eventualmente cancelando.
Pienso entonces, tras ver un video de un artista del cual considero, suelen indultar por su obra, en la pateadura eyectada contra el hombro de una mujer sentada a su lado. Bukowski aparece en esa época tranquilamente estirado en un sillón, ante la cámara, ante el entrevistador incluso, agrediendo y blasfemando con boca decadente, extranjera. Es el mismo que ofrece una bipolar disculpa unos minutos después. Recuerdo también, un momento, en la casa de un querido escritor, entre medio de risas y gente, haber extraído de un estante un libro de Rojas, remitido siempre en conversaciones y elogios. Y así lo pienso, cuando leo otra de sus cosas, que no sean las sábanas caducadas de un poema que me hizo cerrar el libro y deslizarlo lentamente de vuelta en su hueco. Aunque, por ejemplo, otro Rojas, Manuel; coexistía también en el pensamiento burdeliano, pero era eso al menos: el burdel y de ahí la puerta.
Tengo miedo entonces o al menos resquemor, de la literatura atemporal. Tiendo a poner en severa duda lo considerado bueno. De la actual, un doble miedo además a entrar en algunas lecturas masculinas; entre que lo escrito por sí mismo se termine desfondando, o de que quien escribe, actualmente esté tarjado por la conocida herramienta de justicia social; inescapable título de “funereke”.
Así hay quienes se han preocupado de encumbrarse nuevamente, realizando retrospectivas, mejorando al menos la visión insultante, cursi o estereotipada, (Baradit se excusaría diciendo que todos los escritores se desdoblan, a veces son asesinos, otras locos, para justificarla) pero hay otros, en su devenir, que se ven atrapados, envueltos, porque los círculos literarios son chicos, y de intimidad en sus relaciones humanas. Sin escapatoria, son denunciados y marcados si su escritura o actitudes hacen reflotar esa furia interna que tenemos todas por la costumbre histórica del hombre de rozar una delicada esfera silenciada y punzarla con los más mínimos gestos.
Voy a desenterrar el expediente empolvado para el medio (pero no para la víctima), de un poeta, acusado de violación hace un par de años, y siendo rescatado por su editora con otra frase cava tumba; no es un abusador a tiempo completo. La historia, no debería negarse; censurarse, si no lo todo lo contrario, visualizarse para reconocer las jerarquías que se han enfocado más en reubicar hipócritamente al victimario, que en extirparlo.
La diferencia, al menos, es que esta vez, hacemos lo contrario a la mujer del poeta, y no volvemos silenciosamente a sentarnos en el sillón en donde fuimos alguna vez pateadas. Se encausa con la funa, que además de ser un descargo, se vuelve una advertencia ante los demás, para generar una zona radioactiva ante personajes que, por un tiempo, no podrán desfunarse tan fácilmente. Al menos hasta que el hilo del pasado se alargue. La funa, en su doble filo, puede correr el riesgo a veces de la arbitrariedad, pero se hace necesaria, como respuesta final a la transgresión de los delimites actuales. Amparada por una justicia deficiente, una mediación, algo que se autorregula por las mismas personas de un círculo, como protocolo, que sin estar escrito en ninguna parte se utilice para no reincidir en el pasado, ni hacer la vista gorda secundando viejas actitudes. Eso sí, ojalá el cuestionamiento también surja en algún momento desde el otro lado de la cancha; la pelota ha estado rebotando allí hace bastante rato y solemos ser las mujeres las primeras en reaccionar cuando hay que hacerlo.
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