Esteban David Contardo
La Pollera Ediciones
131 páginas
SOBRE EL AUTOR
Nació en Talca en 1992. Es licenciado en Lengua y Literatura por la Universidad Católica de Chile. Náusea obtuvo una mención honrosa en el premio Escrituras de la Memoria 2021 como obra inédita, merecido reconocimiento a un texto comprometido con la realidad de la zona de sacrificio paradigmática de la región. A continuación un capítulo, gentileza de la editorial.
4.
De viudas y muertes
Casi ocho años más tarde de que exhumaran los cuatro cuerpos desde el cementerio de Puchuncaví, llamé a Carolina Vega —una de las cuatro viudas— para preguntarle su disponibilidad para una entrevista. Apenas le hablé sobre el proyecto, su voz se aceleró y sentí su respiración agitada chocando contra el auricular de su teléfono fijo: «No puedo, caballero, yo no quiero saber más del tema. Yo ahora estoy enferma, estoy vieja. No puedo, caballero, disculpe, no puedo.»
No fue la primera vez que recibía esta respuesta. Algo similar ocurrió cuando me contacté con Pedro Cárcamo, el capitán de la nave remolcadora Puyehue, una de las dos que estuvieron involucradas en el derrame de hidrocarburos en 2014. En esa ocasión me dijo que muchas gracias, pero que no quería recordar, que había pasado todo ese tiempo con dolor y que volver a pensar en lo que había ocurrido le producía tristeza.
El día de la exhumación, frente a una gran cantidad de periodistas que la rodearon con sus cámaras y micrófonos para escuchar su voz tenue, Carolina dijo que a su esposo, Clemente Aguilera, se le hizo tira el hígado y el corazón: «Cuando él hacía sus necesidades, haga cuenta usted, botaba carne molida que era de su cuerpo.»
En 1963, él había llegado desde Olmué a trabajar en la Fundición y Refinería de Cobre de Ventanas. Cuando entró lo hizo como jornalero de bodega durante catorce años y luego como despachador de materiales y capataz, entre otras labores que cumplió en la empresa. Al igual que muchos trabajadores de la época, iba cambiando según las funciones requeridas. A Carolina la conoció en 1978 y estuvieron casados por treinta y un años. En la fundición trabajó veintiséis y, durante este tiempo, ella no notó nada anormal en su esposo más que el color amarillo o verde que se impregnaba en su ropa y en las sábanas (colores que persistían aún remojando las prendas en el lavado). A ella le producía vergüenza pensar en qué dirían sus vecinos al ver que la ropa parecía sucia. Pero esto era considerado normal, como también el hecho de que llegaran a sus casas con la cara enrojecida, comezones y calor en el cuerpo.
No fue hasta casi quince años después de que Clemente se jubilara cuando empezaron los primeros síntomas: mareos constantes, dolores de cabeza insoportables y la descomposición paulatina de su propio cuerpo que más tarde botaría por el baño de su casa. Era un cáncer a la laringe que lo tendría los últimos tres meses de su vida postrado en el hospital, alimentándose e hidratándose sólo mediante suero hasta que, un día, el médico tratante le dijo a Carolina que era mejor que se fueran a casa. Clemente estaba en un estado terminal y, a los doce días, falleció el 22 de mayo de 2009.
En un comienzo, pensar en la responsabilidad de la Fundición en la muerte de Clemente era una mera especulación basada en las experiencias que se vivían en la zona, de los vecinos o familiares fallecidos por cánceres o infartos. Pero lo cierto es que, para esa fecha, ciento trece exfuncionarios de ENAMI ya estaban muertos a raíz de distintas patologías terminales como cánceres al colon, intestinos, páncreas y enfermedades cardíacas.
Un año después de la exhumación, el Servicio Médico Legal acreditó la presencia de metales pesados en los restos de los cuatro primeros cuerpos: Gabriel Arroyo, Clemente Aguilera, Raúl Lagos y Héctor Torres.
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