A cien años del nacimiento de uno de los escritores más originales que ha dado este país, ahondamos en su interés por la crónica policial en nuestro territorio.
Por Diego Armijo
EN SU DESPAVORIDO CARDUMEN TINTO PROFUNDO
Alfonso Alcalde (Punta Arenas, 1921- Tomé, 1992), hombre torrencial, quien fuera traficante de caballos, vendedor de féretros y escritor fantasma, entre muchas otras labores, tiene a sus espaldas una obra que balancea al mundo y al hombre como un malabarista con el traje roído. Repartida esta en colecciones de cuentos que miran de reojo el teatro, crónicas sobre obreros y noticias de primera plana, obras de teatro para pasar de largo días emparafinado y poesías que, según Alcalde, eran palabras «apenas sobre la costra de los milenios». Habitando el periplo chileno del siglo XX, Alcalde hizo todos los cruces posibles, inventando el «surrealismo popular», en narraciones que, manteniendo el ojo en lo social, escapaban del realismo ramplón. El autor pasó sus últimos años en Tomé, en donde sentía que nadie lo recordaba, dejando una enorme obra a cargo de su familia.
NACIMOS PARA AMAR Y NOS HAN CRUCIFICADO
En el Índice de libros publicados, manuscrito que puede ser consultado en la Biblioteca Nacional Digital, Alcalde ordena sus publicaciones e informa del tiraje de ellas. Una en particular lo acerca a la región, los folletines Los sicópatas de Viña del Mar. El club del crimen (El Árbol de la Palabra, 1984-1985), que figuran entonces con 90.000 ejemplares agotados.
En Los sicópatas de Viña del Mar, dividido en tres partes, Alcalde, siempre escribiendo para el presente, investiga y junta material para ir publicando una crónica sobre los diez asesinatos y cuatro violaciones sucedidas entre 1980 y 1982 en Viña del Mar; crónica que aún hoy, con sus páginas amarillentas, mantiene la atención.
–El Alfonso tenía una característica: todo el tiempo él estaba mezclando cosas.
Quien habla es Hilario Alcalde, hijo del escritor, encargado estos últimos años de su archivo. Esta doble cercanía lo hace un lector avispado de la obra de Alcalde, aunque advierte no ser un experto en ella. Sin embargo, sí sabe de las constantes correcciones que sufrían sus textos, aun los ya publicados, al ritmo de dos dedos.
–El Alfonso solamente escribía en máquina de escribir, con dos dedos. Es que los tenía tan chuecos que se podían tocar entre ellos, por la curva que generaban.
Los sicópatas…, publicado junto a la revista Hoy entre los meses de diciembre de 1984 y enero de 1985, es, para Hilario, el primer gran proyecto que Alcalde realiza desde su vuelta del exilio en 1979.
–Tengo la impresión de que fue la primera vez que tuvimos la tranquilidad de las lucas. Esa sensación de que, ok, vamos a pasar tres o cuatro meses tranquilos.
También recuerda el trabajo de recolección de fuentes:
–Era toda una sensación de nueva, de qué hacer, cómo. Esta fue una investigación superprofunda. Se volvieron locos con la Ceidy.
Se refiere a Ceidy Utychinsky, albacea de Alcalde y su última, quinta esposa.
–El Alfonso se caracterizó por creer muchísimo en el amor siempre, tanto que en el funeral había varias viudas. Ceidy siempre fue como su albacea.
Sobre las reacciones, comenta:
–Buscaron muchísimo material, hicieron muchas entrevistas personales, tratando de generar una tesis que no era la que estaba en los medios. Una tesis muy compleja porque implicaba a gente de poder. Tanto así que al Alfonso, en algún momento, le hicieron una encerrona arriba de un taxi. Nos preparó y nos dijo que tuviéramos cuidado, que no anduviéramos solos. El Alfonso decía que había un auto que lo seguía, que estaba apostado en casa un tiempo largo, vigilante. Tuvimos miedo.
–¿Qué motivaba a Alcalde a meterse en estos temas, aun con estos riesgos?
–El Alfonso era un periodista de escuela, aunque no lo estudió, como tampoco estudió literatura. Era un loco que sabía contar historias. En ese contar historias a veces le faltaban fuentes. Cuando encontraba el hilo, empezaba a tirarlo, además siempre relacionado desde lo literario. No era solamente un reportaje; tenía algo de buscar la intriga, los distintos caminos, las posibilidades, la tesis. Esta era una serie, porque estaba justo en el desenlace. La idea era hacer una serie con lo que pasaba después del fusilamiento. Porque lo que estaba planteando el Alfonso era que los que estaban fusilando, no eran los autores. Había una cosa intelectual mucho mayor.
Alcalde planteaba que su trabajo en Los sicópatas…, recuerda Hilario, le había abierto las puertas al periodismo de investigación, literariamente ficcionado.
–[Los folletines fueron] un fenómeno, porque eran estos libros chiquititos, medio rascas, de papel roneo, portadas a un color, muy básicos. Pero eran muy baratos y estaban en los quioscos. Era como rescatar lo que pasaba con la Quimantú: popular, masiva, mucho tiraje. Se agotaba. Era muy impactante lo que pasaba, porque era de muy fácil lectura, pero de mucha intriga. Entonces estabas esperando el segundo y el siguiente.

ME CORTARÁN LAS MANOS Y SEGUIRÉ ESCRIBIENDO
En el número de la revista Hoy publicado durante el verano de 1983, anunciado en una llamativa esquina amarilla en la portada, se lee: «Los sicópatas de Viña. Días de angustia y terror». Este será el primer acercamiento al caso que Alfonso Alcalde publica. Ocupando dieciséis páginas de la revista, esta serie-reportaje sobre «El impacto del año», como se publicita, irá apareciendo durante ocho semanas.
«En apariencia, se trata de una historia por todos conocida. Pero sólo un periodista investigador y un equipo especializado podían ahondar en la maraña de esta historia estremecedora», se lee en la página que adelanta el próximo número.
Para la escritora y diseñadora Catalina Porzio, este es un «material fresco, que elabora el relato desde muchas aristas». La autora de Viñamarinos (Laurel, 2015) también se refiere al caso de los sicópatas de Viña en su libro sobre la ciudad, en el apartado de personajes «decadentes». Allí, mediante el trabajo de la yuxtaposición de textos ajenos, logra armar un relato; Alcalde figura entre esas voces. Sobre el hallazgo de la serie-reportaje, Porzio comenta:
–Lo descubrí buceando en la Biblioteca Nacional cuando investigaba el caso de los sicópatas y fue lejos el material más exhaustivo que encontré. Además de que el formato folletinesco se ajusta muy bien al relato de una investigación policial en su calidad de thriller, el material que recoge Alcalde y el modo en que se presenta en la revista es muy diverso: relatos, diálogos, entrevistas, cuadros de datos duros, clasificación de personajes (víctimas, sobrevivientes, inculpados, policía, familiares, justicia, abogados, sospechosos, testigos), cuadros sinópticos, encuestas, testimonios, dibujos que reconstruyen escenas… Se entra por muchos flancos a la historia, en toda su complejidad.
ESOS OJOS CUMPLIERON CON SU OFICIO
Aunque la serie-reportaje sea anterior a los folletines subtitulados «El club del crimen de la Ciudad Jardín», en estructura ambos textos son similares, si bien más pulidos los últimos. Sobre esto, Hilario Alcalde comenta la constante obsesión, «casi enfermiza», que su padre tenía por corregir sus textos ya publicados y las sucesivas ediciones de estos. También lo cruza con el trabajo creativo.
Tanto en la serie-reportaje publicada en la revista Hoy como en los folletines, Alcalde sostiene una tesis que incriminaría a sujetos distintos a los que finalmente fueron fusilados.
Alcalde teoriza: «¿Quiénes involucraron directa o indirectamente a Luis Gubler Díaz? 1. Su esposa Mariana Gubler, al gritar en la Clínica Miraflores de Viña del Mar, que era el sicópata que buscaba la policía. Más tarde, uno de los siquiátras tratantes, Ivan Nazarela, confirmó que llegó afectada por un cuadro agudo y “crepuscular”. Las enfermeras y asistentes que escucharon esta versión fueron despedidas después de un rápido sumario interno».
Aquel «Nazarela» es, en realidad, Iván Nazarala, padre del crítico de cine y escritor Andrés Nazarala. Para Andrés, que su padre figurara entre los personajes de esta historia no es extraño.
–Lo que pasa es que mi papá, quien murió hace tres meses, era un poco como el siquiatra de moda de la V Región en esa época. Yo supe que atendía a la mujer del sospechoso desde antes de los hechos, pero nunca hablamos realmente del asunto. Él era muy reservado con sus pacientes. Muy profesional en ese sentido. Incluso alguna vez le sugerí escribir un libro con historias que hubiera escuchado en su carrera profesional, pero él me decía que le parecía poco ético hacerlo.

UNO AVANZA SOSTENIENDO EL HILO DE LA ESCENA
Hay voces por toda Viña del Mar y sus alrededores que pueden contar cómo vivieron esos años. Retazos del miedo de las noches de toque de queda, al que se le sumó el aliento de unos asesinos salidos de la ficción.
Habla Paola Gaona, testigo de aquellas noches y sus sombras:
–Había mucho miedo de andar en las calles. Yo tenía como nueve años. Era amiga de la hermana de Roxana, éramos vecinas en la Villa Portuaria.
Gaona se refiere a la novena víctima de los sicópatas. Alcalde, en el primero de los folletines, junto con introducir el tema de los «Asesinatos que causaron conmoción pública en Chile», hace un barrido territorial de Valparaíso y perfila a cada uno de los protagonistas. De esta manera se refiere a Roxana: «Roxana Venegas Reyes. Veintidós años, soltera, vendedora de una tienda distribuidora. Secretaria ejecutiva, recién recibida al ser asesinada».
–Me acuerdo –continúa Gaona– de cuando supimos que había sido asesinada en la playa con su pololo.
Aquel joven que acompañaba a Roxana sería la décima y última de las víctimas. Así lo muestra Alcalde: «Jaime Ventura Córdoba. Mueblista, diecisiete años, el mayor de una familia de cinco hijos. Sus padres Jaime Ventura y Raquel Córdoba dijeron: “Era un niño todavía. Estudiaba y trabajaba. Era nuestra gran esperanza”. Sus otros hermanos eran Sandra (15), Jorge (14), Fernanda (11), Ana (10) y Nelly (10)».
–Fue terrible, porque yo vi a mi amiga corriendo por la villa y a su mamá enloquecida. Me tocó mucho. Mi amiga no salió más a la calle. Yo no entendía por qué su mamá la seguía castigando. Se volvieron una familia muy ermitaña, no compartían con nadie. Su casa se veía tenebrosa.
Los cuerpos de Roxana y Jaime fueron encontrados bajo el puente Capuchinos, cercano a la playa Caleta Abarca. Alcalde, al localizar este punto, demuestra la lejanía con la que trabajó estos folletines. Con la lectura de estos se evidencia una gran labor documental, pero al momento de ubicar aquel puente, Alcalde falla. Dice que se encuentra entre Viña del Mar y Valparaíso, siendo que está a unos pasos del insigne hito turístico de la Ciudad Jardín: el reloj de flores.
Quizá Alcalde falle en ubicar el lugar de los asesinatos, pero frente al dolor humano es capaz de expresarse de esta manera: «…una interminable hilera de vehículos partió rumbo al cementerio. Miles de porteños abandonaron sus hogares para ver pasar los féretros con las víctimas y decirles un último adiós. Al llegar al camposanto, los restos de los jóvenes enamorados debieron tomar caminos distintos como si se tratara de un símbolo que demostraba que sólo la muerte podía separarlos en forma tan trágica e injusta».
–Con las vueltas de la vida –cierra Gaona–, me hice amiga de una de las apoderadas del curso de mi hijo que resultó ser la hermana del pololo de Roxana. Tuvimos un vínculo superfuerte con ella. Fue duro volver a revivir esa situación, porque yo la tenía superguardada, el dolor de niña y la visión de niña. Viéndolo de adulta, cuando ya era mamá, entendí completamente a la mamá de Roxana.
(*) Ilustración de Vladimir Morgado
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