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Entrevistas

Una escritora bitextual

Además de editora, traductora y gestora cultural, Carmen Avendaño se mueve entre una que otra dualidad. Incluso, su vida pareciera estar dividida en dos, ya sea por los lugares que ha habitado o su doble rol en un trabajo literario que lleva con diferente ritmo. Aquí despliega sus rollos y nos habla, sobre todo, de la modernidad.

Por Tabata Yáñez

A cinco años de volver a Chile, Carmen Violeta Avendaño (Santiago, 1976) recuerda que llegaron muy arbitrariamente desde México. Habla en plural, me avisa, porque regresó con su hermana y madre (ambas pintoras), con quienes constituye un clan. Tal como dicta su esencia, reconoce que además le gustan mucho las ciudades que son dos como Viña/Valpo, pues son todo lo contrario estando al lado y se complementan un poco.

Ha publicado Más allá de la palabra cielo (Monterrey, 2002), Madre Sol (Morelia, 2002), Adiós Rimbaud (Monterrey, 2013) y Nada significa nada (2019), poemario reeditado por Ediciones Moneda donde ella misma es editora. Si no se dedicó a ser pintora es porque no tiene talento, confesará más adelante. “El color es un problema para mí, la verdad, pero soy muy buena apreciándolo”, terminará. Antes le pregunto:

¿Cuál fue tu primer acercamiento a la literatura?

Creo que hay una prehistoria literaria antes de que una se asuma dentro de la escritura, que probablemente sea lo más interesante, porque asumirse es una práctica permanente. Cuando me preguntan por eso siempre tengo la duda, puede haber sido ayer. Tuve dos talleres que me sacaron de la caja mental. Uno me expuso a los primeros textos que tuvieron una larga vida oral. El otro fue con Juan Bañuelos, poeta mexicano. Ese lo tomé en una ciudad que no tenía nada de presencia indígena asumida. Entonces él nos decía que fuéramos al mercado y escucháramos el ritmo del habla. A partir de allí comienzo a pensar en que, bueno, esto está dentro de la escritura, de los parámetros occidentales, de lo socialmente considerado como tal esta manifestación viva. Estoy en esa parada. Ahora sí te podría decir que tuve como lectora unos inicios más cercanos a la narrativa y que mi lectura de poesía fue posterior. Me considero bitextual en ese sentido.

O sea que…

Sí, es que encuentro que son dos formas distintas de tratar a la gente.

¿De ahí qué rumbo tomaste?

Me cayó la teja temprano de que nadie iba a venir a descubrirme. Ni a mí ni a nadie.  También tuve la fortuna de ser la generación que descubrió su onda literaria en una ciudad, Monterrey (al norte de México), en el que nadie se tomaba en serio escribir. Entonces, sabíamos que teníamos que movernos para entrar a una sociedad muy pacata, muy interesada en hacer dinero, sumergida en la productividad. Tratar de salir del pequeño círculo literario. En ese sentido lo primero que hice fue poner un espacio donde encontrarme con la gente, algo que valoro mucho. En Viña del Mar hay algo un poco similar con la librería Acentto. Tienen el sentido de recuperar un territorio en una ciudad aparentemente aplastada por su propia dinámica turística y estudiantil de irse a echar una cerveza a cierto sector pero que no sale de ahí.

BINACIONAL

Quería saber cuál es tu vínculo con México, pero, por lo que me cuentas, creo que la pregunta es ¿cuál es tu vínculo con Chile?

También soy binacional. Sí, todo bi (risas). Mi primer encuentro con el castellano público fue en México porque venía del exilio en Suecia, de ahí nos movimos. Vivir en la ciudad o pueblito de México me permitió participar de un castellano más grande, diverso. Mi relación con Chile fue después. Lo que me interesa de esa binacionalidad es la posibilidad de estar refrescando la perspectiva de una con otra. Mi castellano ahora ya es completamente híbrido. Por ejemplo, mi acento nadie lo reconoce ni en México ni en Chile. La diferencia con la escritura, es que como no hay esa característica del audio, puede pasar más desapercibida y formarse como una propia propuesta. No solo palabras, sino también la forma de vivir la lengua de los dos países. Ambas formas de expresarse me parecen interesantes, con potencial creativo.

¿Qué diferencias hay en la literatura?

Los medios literarios son igual de estrechos en ambos países. Una puede ver que se replican formas de escritura, en que hay tendencias. Siento que estamos viviendo un momento, por una parte, estimulante porque pasan muchas cosas en el mundo. Se están desenvolviendo muchos procesos antes latentes y ahora evidentes. Pero en términos de lo literario pienso que la reacción ha sido lenta. Todavía hay mucha timidez en lo creativo porque aún hay mucha autocomplacencia. En ese sentido no creo que se escriba igual. Sí creo que en las metrópolis se da el fenómeno de la misma manera. Hay ciertas formas de escritura que hacen sentir más seguros, sobre todo, a los jóvenes creadores.

¿Comparten los mismos tópicos?

Es que el problema viene siendo el mismo, que cómo te paras en la modernidad un poco o de usar palabras súper sobajeadas instaladas en un discurso.

SACARSE EL ABRIGO DE LA MODERNIDAD

Tienes todo un rollo con la modernidad.

Claro, sí. Mi rollo es un poco sacarme ese abrigo y no enfocarme del mismo lado. Pero ahora estoy actuando por no hacerle mucho caso.

¿Pero por qué sacarse la modernidad?

Porque siempre es un diálogo con muchas notas al pie, con demasiadas explicaciones, muy acotado. Tiene referentes materiales, particulares y una especie de urgencia por decir las cosas antes que pasen. Está sujeta al mismo modo de producción de todo, al temor a lo desechable o asumirlo directamente como tal. También hay algunas pretensiones trascendentales de closet, que no son asumidas pero están allí igual. Hay ciertos mitos románticos de la creación, culto del autor, etc. Entonces, hay que enfocar la creación más dentro de lo que se siente necesario a lo que se escucha como bien o adecuado al tiempo.

En una descripción para ti está escrito “la edición es la publicación de textos urgentes (no por lo rápido sino por lo necesario), ¿por qué necesario, tiene que ver con la modernidad también?

Bueno, esa es una definición muy antigua que ya caducó. En ese momento creía que sabía cuáles eran los textos necesarios. En el fondo era lo que no me aburriera. Siempre tratando de salir de las pretensiones y autocomplacencias literarias heredadas del siglo XIX. Sigue ahí, por algo Wikipedia es como la enciclopedia. Estamos dentro de esa dinámica todavía. En que lo literario es bueno porque sí, por sí mismo.

¿O sea que habría parámetros para decir qué es buena literatura?

Sí, yo creo que el parámetro más firme que todos podemos tener es cuando tú estás frente a una pieza que te hace sentir que el tiempo corre. Te hace sentir que algo está pasando. No estás en una simulación literaria, sino sucediendo ahí. Estamos siempre viviendo eso. Se vuelve más importante que un texto -en el formato que sea- te deje esa sensación.

¿Los temas que más te interesa tratar?

Me interesa alcanzar ese parámetro que te decía, sentir que algo está pasando dentro de las palabras. Y los temas que he estado explorando son como preocupaciones vitales: el lugar donde se vive, la casa, la migración, el viaje, las cosas que pasan con el lugar. También me preocupa el erotismo, las ideas de amor que tenemos. Me llega lo que está pasando con las mujeres, con el movimiento feminista.

EL DOBLE ROL

Tu último libro Nada significa nada fue publicado el 2017 y ahora lo vuelves a imprimir desde Ediciones Moneda, donde eres editora, ¿por qué tomar esa decisión?

Porque la primera edición fue muy acotada, muy desordenada, poco pulcra en sus acabados. No tuvo presentación. Fue fallida para mí desde cierto punto de vista. Lo que tuvo de bueno es que se publicó en Chile y en México pero es un decir. O sea, en un barrio de Ciudad de México y aquí en una casa de Santiago. No se movió mucho. Y prefiero que haya sido así porque me dio tiempo de madurar el libro, cambió. Agarró una materialidad que yo quería.

Incluso, Priscilla Cajales le hace una reseña en Palabra Quebrada y sostiene que trabajaste en “un doble rol, escritora y editora, otro riesgo que no deja de ser peligroso. Y sales bien del paso”, agrega. ¿Para ti cuál fue el principal desafío?

Estaba hablando eso en algún momento con Gladys Gonzalez, creo. Éramos como amebas, nos reproducimos partiéndonos cuando eres editora y escritora a la vez. No es solo crear y que el editor racional venga a poner todo en orden. Editar es una parte de la creatividad. Este es un libro arriesgado para mí en el buen sentido. Hay dos vías de creación interactuando juntas. Puede ser desastroso o positivo. Ahora, diría una tercera porque en la portada hay una obra de mi hermana. Como editora tomé los números y los incorporé para reforzar su carácter azaroso. Realmente ese libro es como una colección. Una cajita con muchas cajitas dentro. Pero no tengo esa habilidad manual. Me gustó más físicamente como quedó esta edición que la anterior.

¿Seguirás publicando en ese doble rol?

Creo que sí. Tengo un poco de dudas sobre seguir en el modo industrial o volcarme a lo artesanal. Salir de los grandes tirajes y del proceso industrial de la imprenta a una producción más pequeña en la que pueda hacerme cargo. No sé si sería tan meticulosa. Me parece muy adecuado al ritmo actual de poesía pero no lo he definido. También estoy pensando en trabajar con alguien.

¿Estás escribiendo algo ahora que podamos ver más adelante?

Ahora estoy traduciendo un libro de Margaret Randall, el más reciente de poemas. Una biografía de Haydée Santamaría, revolucionaria cubana que fundó la Casa de las Américas. Luego estoy con un libro de testimonios, Los Díaz del Carmen, que ha demorado mucho en salir, sobre cuatro hermanos de origen campesino que participaron en el ámbito sindical chileno, después de la guerrilla en Nicaragua. Son de aquí además, de la quinta región.

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