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Fragmentos

Mi memoria es un perro obstinado

Damaris Calderón Campos

Editorial Verbo Desnudo

74 páginas

SOBRE LA AUTORA

Poeta cubana avecindada en Chile desde 1995, con dilatada bibliografía de más de 20 títulos, entre la que destaca Sílabas. Ecce Homo (Editorial Universitaria, Premio Revista de Libros del Diario El Mercurio 1999), Las pulsaciones de la derrota (Lom, Ediciones, Premio Altazor 2014) y la antología  Mi cabeza está en otra parte (Alquimia Ediciones).  Actualmente vive en el litoral central.

EL AMOR

Soy una vieja. Tengo 73 años. ¿Son amadas las viejas?

La pregunta es, ya en sí, pueril.

Quiero aproximar otra carne, otra cara, al abismo sin fondo que es una vieja.

Me siento, me reclino, me tumbo. El verde está afuera, tras el cristal de la ventana. No me toca. Los pájaros están afuera. (Me los como). Como hace el gato. Y luego sacudo las plumas. Con rabia. Porque no vuelo.

Una vieja no puede volar. Una vieja, como una bomba, es una carga pesada. Sin detonante.

Una granada de mano enterrada. (Aún no).

-¿No puede estallar?

Cavo un túnel para salir de aquí De entre estos huesos.

Cavo un túnel para llegar hasta el vientre de mi madre, Isis. Para que no me alcancen los reptilianos.

Zapadora, soy una niña, pero nadie me ve, cargando el agua desde la bahía de Matanzas, cortándome las piernas, saltando por la línea del tren.

Las viejas no tienen pasado. Detenidas. Fosilizadas.

Una vieja no ocupa mucho espacio, entre la mesa de noche y las pastillas.

Una vieja nunca será un lobo por más que aúlle.

La garganta de una vieja (sus cuerdas vocales) no están hechas para el canto, sino para el chillido.

La piel de una vieja (mi piel) es como el polvillo de las alas de una mariposa. Una eternidad que dura minutos y después se sacude, se borra.

Una vieja nunca deja rastros. Y si deja, es un rastro de sangre.  

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