Por Diego Armijo
Dice que no se ha movido de aquí. El aquí, ella no lo explica, porque cada vez que se le pregunta es por culpa de Viñamarinos. Aburridos, excéntricos y decadentes (Laurel, 2015). Libro sobre la ciudad balneario, jardín, bella, del deporte, del festival, del campamento más grande de Chile: Manuel Bustos. Libro construido con estructura de collage donde citas a varios autores que se inmiscuyen en los personajes que hacen de la ciudad su paisaje de pulmón viejo. Es innecesario decir, ya, a cuál ciudad se refiere.
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Procedimiento: Acumular citas. Evidenciar la aparición de personajes que dispersos en textos diferentes se repiten. Estructurar en épocas el espíritu de la ciudad reflejada en los personajes. Mediante versiones, a veces contradictorias, se establece un campo de habladurías que da como resultado retratos esquizoides, como si en La Flor de Viña, o en el Arica, todos hablaran a la misma vez de alguien que pasó.
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Aun como las estatuas, posicionada en un lugar con aspiraciones de patrimonio, hasta ella, que figuraría como el estereotipo de una dama viñamarina —alta, bella, ojos claros y de vivaz lengua— le cuesta reconocer la herencia que de la ciudad tiene. Entonces es su propia mano quien raya la superficie de piedras y bronces en posiciones humanas, y hasta con cincel va desfigurando aquellas superficies y el resultado es un libro que podría haberse ganado el premio Limón, aquel para el más eminentemente pesado durante el festival de Viña. Aunque este tiene sabor a limonada.
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Carpeta de versiones anteriores: En un principio los mismos personajes se contaban a sí mismos, quedando un discurso de la seriedad que imperaba. Al volverlos solo paños que alguna vez fueron vestidos, quedó el humor.
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Estudió en la Alianza Francesa, pegado aquel establecimiento y hasta compartiendo los mismos árboles por calle Montaña con la Quinta Vergara. Ya universitaria, fue la escuela de Arquitectura, aquella en un borde de cerro y amplio panorama visual, la que la continuó armando. Se ríe al advertir que, tal como escribió Pedro Lemebel, y que ella recoge en jirones en su libro, su familia cumple con la perfecta constitución de lo que se espera en aquel pueblo enjoyado de ciudad: un hijo marino —su hermano— y otro, el zafado, que estudia en la escuela de Arquitectura. Se ríe, asume.
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Como joven buscó sus nortes, ponientes y orientes vitales, planteando un mapa reducido de espacios, pues la ciudad, el centro, se ordena con esa misma cuadricula: la población Vergara está rayada en nortes desde el estero Marga-Marga hasta el mall, y a cada costado de la avenida Libertad suben hasta desaparecer los orientes hacia el Valparaíso Sporting de Viña y los ponientes hasta casi llegar al borde costero.
Le maravillan aún esos paseos repetidos, pues perderse en ellos nunca, y su vida plantada en Viña. Que si pisa los mismos pastelones, aunque las puertas de las casas antiguas ya hayan sido arrancadas, y ahora torres de departamentos de segunda vivienda santiaguina se ubiquen incómodos en los lugares, aún así siente un aire, ¿marino?, que permanece.
Al final todo paseo, aunque tropiece con un pastelón y trozos de memoria la tapen, como la avenida Libertad en los otoños por las hojas de los estornudosos plátanos orientales, se convierte en su ciclo vital, y en su modo de corcheteado de textos.
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Como antecedente del armado textual de Viñamarinos existe el libro de rearmado de entrevistas a Adolfo Couve, La tercera mano (Alquimia, 2015). Libro que en compañía de Macarena García Moggia —poeta, editora, docente y viñamarina de los mismos paseos de Porzio— crea un acotado pero no menos digresivo e interesante discurso de aquel escritor y pintor avecindado, en sus últimos días, en Cartagena.
(Cartagena y Viña del Mar como dos puebluchos que con quitasol, palmeritas, y una exprimida época de oro, venden la pomada de lugar paradisíaco)
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Ejemplo estructural:
La evoco llegando lentamente a mi casa, inmensa en su gran abrigo de piel oscura, en la cual se envolvía como para protegerse del mundo.
Era una mujer que me pareció alta, con el rostro empolvado, de unos sesenta y cinco años, vestida con pantalones oscuros y una chasquilla sobre la frente, como una heroína de sus propias novelas.
Luce deteriorada y años luz de esa aura de femme fatale o flapper perfecta y atemporal.
De a poco me fui dando cuenta, al principio quizá con algún humor, de que la escritora era, debido tal vez a su alcoholismo, una señora irascible, fácil de perder los estribos, que, envuelta en su reaccionarismo, calificaba la literatura de Faulkner de inmoral y que, frente al tema de Vietnam, deseaba que la guerra se intensifica. (…) De ahí la decisión que adopté cierta tarde, camino al hotel O’Higgins, de dejarla esperando en su pantano y olvidarme de esa flor añeja de las letras.
Vial, Peña Muñoz, Bisama y Marín contando a María Luisa Bombal.
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Revisando documentos sobre Viñamarinos y entrevistas a Catalina Porzio, encuentro una semejanza vecinal. Ella aún viviendo en el pasaje Erráruriz, pleno centro centro de Viña, y uno que en el pasaje Bustillo, en una población de cerro llamada Glorias Navales, se inmiscuye, compartimos un gusto por un lugar, en un tiempo específico: el muelle Vergara antes de la restauración.
Puedo entender el valor de su libro, a pesar de que las calles son todas céntricas y casi no hay rumor de la variedad de viñamarinos de cerro, por la tapa que le pone al vertedero de versiones edulcoradas de la ciudad. Aquí donde los guarenes anidan en el estero, la alcaldesa hace desaparecer plata, un chofer de la línea 213 canta boleros subiendo por Alessandri y una modelo quiere reemplazar en su cargo a la antigua reina de la primavera.
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Hay un video realizado para Ciudad de letras —proyecto que ubicó en territorio las escrituras referidas a la región de Valparaíso— que buscan retratar el primer germen de Viñamarinos.
En este pequeño corto se yuxtaponen textos que mediante las voces del chuchicheo y los cahuines, estos empolvados de dulces y café, traspuesto en el paseo del comercio y el ocio, explicitan el ambiente viñamarino, del centro. Ahí se entiende que el consumo de delicias son bencina para la musculatura de la lengua. Una niña en medio de las voces patrimoniales, aburrida, aferrada a su celular de brillos, escucha. Aun empequeñecida en su asiento, la niña hace balance de su mirada a las historias dulces, trozos de vidas vecinas, equivocaciones, vacíos y olvidos. El interés se hace evidente.
Es el rumor lo que hace que su escritura, aunque escriba con voces prestadas, transite por las veredas angostas y sin casi nadie, de las mejores propuestas literarias de entre sus contemporáneos, santiaguinos sin gracia la mayoría.
*Imagen de Boris Gonzalez en Pixabay
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